BLAIR
La tarde pasó como de costumbre.
Sirviendo las mesas y tomando pedidos.
Entre pesaditos queriéndome tocar el culo cada vez que pasaba.
Graciosillos pedantes tratándonos como a unas cualquieras y ofreciéndonos billetes por todo tipo de indecencias.
Y no los culpo, de verdad, si lo que hacía por las noches para ganar dinero me ponía en la mirilla de todos esos pervertidos.
—¿Ya llegó Blair?
—¡Estoy bajando! —grité, corriendo por las estrechas escaleras hasta el sótano, donde estaba la parte más sórdida de este local.
Un club exclusivo, solo para criaturas sobrenaturales.
También permitían a unos pocos humanos, muy bien controlados, que conocían de nuestra existencia.
—Me atrasé un poco porque Merly no vino y nos tocaron más mesas, pero me visto enseguida.
Les expliqué a las chicas que ya se cambiaban y se maquillaban.
Llegué al locker y abrí la taquilla para dejar mis cosas.
Agarré la vestimenta del interior y juro que odio a muerte este pedazo de tela.
Mientras me desnudaba, la puerta se abría y cerraba con las otras bailarinas que iban al escenario.
—¡Blair, te toca luego! —la jefa del salón volvió a entrar para gritarme.
—Pero bueno, ¿y a esta qué le pasa? ¿Por qué tanto apuro?
Protesto, subiéndome los tirantes del body.
La parte de abajo se me encaja incómodamente en la entrepierna.
—Es que hoy vino ese hombre. Ya sabes, tu admirador, el que deja buenas propinas —me respondió Amber, una de las bailarinas.
—¿El… el vampiro?
—Ajá, ese mismo papucho misterioso —agregó, y tragué en seco.
Comencé a ponerme nerviosa y, mientras caminaba hacia la puerta, las manos me sudaban un poco.
Hace como una semana que este hombre había aparecido.
Llegaba todo misterioso y se sentaba en la mesa oscura de la esquina.
Pero su aura sangrienta gritaba “vampiro poderoso” por todos lados.
—Solo es chisme de las chicas… ¿Por qué un tipo así se interesaría en mí?
Murmuré, accionando el picaporte y avanzando por el pasillo hasta el escenario.
—¡Venga, nena, mueve bien ese culo!
Bloqueé las obscenidades y chiflidos de un grupo de lobos sentados en las mesas delanteras.
Contoneé mi cuerpo, sintiendo el frío de la brisa pasar por mis piernas desnudas.
Mi cabello ondeaba, brillando bajo las luces de neón.
Sin embargo, por mucho que luché por no mirar en esa dirección, esos ojos rojos me llamaban en silencio.
A través de las mesas llenas de tragos y el salón medio oscuro, lo vi.
Intenso como siempre.
Algo en ese hombre tiraba de mí como un hechizo.
Me relamí inconscientemente, bailando aún más sensual… solo para él.
Mi vida sexual a los 25 años se reducía a algún polvo ocasional, y de preferencia, que no fuera un residente del pueblo.
Sé que me observaba sin pestañear, que estaba excitado y me deseaba.
Era una conexión inexplicable que me seducía y asustaba a partes iguales.
*****
¡BAM!
Necesitaba un cigarrillo con urgencia, así que Amber me dio de los suyos.
Aspiré profundamente y lo separé de mis labios con manos temblorosas, dejando salir el humo mentolado.
—Diosa... ¿qué me pasa?
Murmuré, mirando al cielo entre la franja de los tejados.
Mi cuerpo entero se revuelve, vibra de deseo cada vez que él asiste.
—Cálmate, Blair, hasta parece que has encontrado a tu mate —bufé, dando otra calada llena de amargura.
¿Cómo podía sentir a mi compañero sin una loba?
Además, las relaciones entre especies no estaban prohibidas, pero tampoco eran bien vistas.
Tirando lo que quedaba del cigarrillo, lo pisé con la punta del tacón y me disponía a entrar para recoger el bolso.
Sin embargo, la nuca se me erizó de repente anunciando peligro.
Salté a un lado con agilidad, sintiendo el impacto en la pared y los fragmentos de vidrio volando en el aire.
—Sshh —sisée de dolor cuando uno de ellos me cortó la mejilla.
—¿Viste? Te dije que era súper rápida.
Me giré alerta para encontrarme con nada más y nada menos que mi vecino Richard.
Lo peor es que iba acompañado por tres de los lobos que me vieron bailar en el club.
—¿Qué quieren?
Di un paso atrás, mirando hacia la puerta de emergencia.
—Vamos, nena, no seas tan arisca. Solo te vamos a invitar a unas copas. La noche es joven —me dijo uno de los hombres lobo, un fortachón de pelo castaño y ojos negros.
—No estoy interesada en tomar alcohol con extraños —respondí, hosca, caminando con prisa hacia la puerta.
—¿Cómo me llamas extraño, Blair? Si somos amigos —me dijo socarrón el idiota de Richard.
—Richard, esto me lo pagas luego —mascullé entre dientes.
—Vamos, belleza, no te hagas tanto la digna…
No me importaron sus palabras lascivas, ya casi llegaba a la puerta del club. Pero, por supuesto, no sería tan fácil.
Alguien me agarró de la mano repentinamente y me empujaron hacia la otra pared, sumida en las sombras.
El olor agrio de su lujuria, mezclado con sudor rancio y cerveza, se me metía por la nariz como una peste.
—Vamos, zorrita, agradece que le prestamos atención a una defectuosa como tú —el pelicastaño agarró mi cuello y lo apretó con fuerza.
—No siento a su loba. ¿Crees que sirva para el celo? —preguntó otro a su lado.
Hablaban entre ellos, repartiéndome como un pedazo de carne.
Mi cabeza baja, mi respiración se aceleraba, las temidas punzadas taladraban mi cerebro.
Ellos creían que era miedo, que me estaban intimidando… pero no era el caso.
«Déjame salir, Blair. Puedo acabarlos en un segundo. Di mi nombre, solo unas palabras…»
—¡Nooo! ¡Déjame en paz! —grité con todas mis fuerzas.
—¡Aaah, maldita zorra, me ha arañado!
Se acabaron las palabras intimidantes y pasaron a la acción.
En un momento me vi siendo arrastrada y comencé a luchar de verdad.
Podía no tener un espíritu de loba, pero al fin y al cabo, era un ser sobrenatural.
Solo que esa maldita voz que susurraba en mi cabeza tenía razón.
Mi objetivo era crear una brecha para escapar.
Fui a gritar y mi boca fue amordazada.
El odio y la ira comenzaron a llenar mis sentidos cuando me abrieron el abrigo e iban a rasgar mi body.
Estaba perdiendo el control… Diosa, esto era demasiado peligroso… para ellos.
Sentía los cambios en mi cuerpo, los ojos se enrojecían y mi mente se desconectaba, dándole paso a esa asesina que habitaba en mi interior.
Pero entre risitas y jadeos asquerosos, de manos toqueteándome, un rugido repentino hizo temblar las paredes.
—¡¿Pero qué carajos?!
Algo se movió entre ellos, una presencia rápida, despiadada.
Mi corazón golpeaba desbocado.
No podía ser quien yo creía.
—¡Bob, cuidado!