Azul lo miró. No podía moverse. Sus labios temblaban y las lágrimas amenazaban con desbordarse de sus ojos. Hernán, de pie frente a ella, parecía una sombra del hombre que alguna vez conoció. Sus miradas se encontraron, y por un instante el tiempo pareció detenerse.
—¿Esperas un bebé mío? —preguntó él, con la voz quebrada, apenas un susurro entre el silencio sepulcral de la habitación.
Azul asintió con lentitud, tragando el nudo que se había formado en su garganta.
—Sí, Hernán… —su voz se rompió al pronunciar su nombre—. Estoy esperando un hijo tuyo.
Las palabras cayeron como un martillazo en el pecho de Hernán.
Sus ojos se abrieron con sorpresa, pero no fue felicidad lo que reflejaron, sino un dolor profundo, antiguo… como si el alma misma se le desgarrara por dentro. Bajó la mirada. Sus labios temblaban y sus puños se apretaron con fuerza.
Dio un paso atrás, como si necesitara huir del peso insoportable de aquella revelación.
Audrey, que hasta ese momento había permanecido en silenc