Salí del coche y le dije a Paul, el tipo que no me dejaba conducir sola, que me diera una hora. Se aleja conduciendo y yo inhalo profundamente antes de caminar hacia el porche de la casa en la que crecí.
Después del sueño de anoche, no puedo mirarla de la misma manera que lo hice cuando papá organizó una fiesta por mi cumpleaños número veinticinco.
¿De verdad me engañé a mí misma pensando que alguna vez fuimos una familia feliz? ¿Lo fuimos en algún momento? Y si lo fuimos, ¿qué cambió?
Pienso averiguarlo.
Toco la puerta y mi hermano Jason me la abre.
“¡Lila!” me envuelve en un fuerte abrazo, “¿Qué te tomó tanto tiempo? No me digas que ese tipo te tiene secuestrada. Si es así, sabes que yo voy a—”
“Lila puede cuidarse sola,” lo interrumpe papá. “Entra, cariño. Hice té y galletas.”
Observo al anciano y siento como si lo viera por primera vez. Ahora cocina. Casi lo había olvidado. Tuvo que aprender cuando me fui.
Pensar que me sentí culpable por irme me parece absurdo ahora.
Nos sentamos