Su Arrepentimiento, Mi Trono
Su Arrepentimiento, Mi Trono
Por: Crystal K
Capítulo 1
Fui el secreto del Alfa Adrián durante ocho años.

No fue sino hasta que lo sorprendí besando a su primer amor que descubrí que la marca de apareamiento que me había dado era falsa.

Me toqué la nuca con incredulidad.

—¿Ocho años? ¡¿Me mentiste durante ocho años enteros?!

Todos los ojos estaban puestos en mí, pero yo solo podía ver el rostro inexpresivo de Adrián.

El mismo rostro que había besado innumerables veces, con el que pensé que pasaría el resto de mi vida.

—¿Y esto qué es, entonces? —Grité, rasgando el cuello de mi blusa para mostrar la delicada marca en forma de luna creciente. —¿Qué demonios es esto?

—No armes un escándalo, Elena. —Dijo Adrián con una calma aterradora.

¿Escándalo?

Un jadeo incrédulo se me escapó, y retrocedí tambaleante.

Durante ocho años, reprimí mi sangre Real Alfa, rechacé la carrera con la que soñaba y me alejé de mis amigas, todo porque él insistía en que “no era el momento adecuado”.

—¿Yo estoy armando un escándalo? —Mi voz temblaba. —¡Tú eres quien me convirtió en un chiste!

Caminé hacia él, buscando una explicación, deseando que dijera que todo era un malentendido.

Pero Adrián me empujó con frialdad, su contacto distante, como si apartara a una desconocida.

—Es suficiente. Es hora de que te vayas.

Ese empujón dolió más que cualquier palabra.

A nuestro alrededor, los murmullos estallaron como una tormenta.

—Pobre mujer, la usaron como reemplazo y ni se dio cuenta.

—¿De verdad creyó que la Manada Monteverde aceptaría a una forastera como su Luna?

—Mira al niño. No es de sangre pura. Es un mestizo.

Cada palabra era un cuchillo que se clavaba en mi corazón.

—Adrián, por favor, dime que esto no es real. —Mi voz se quebró en un sollozo. —¡Tenemos a Gael! ¡Somos una familia!

—¿Una familia? —La voz de Sofía se alzó de repente, dulce hasta lo repulsivo. Se acercó con una sonrisa de victoria en los labios. —Querida Elena, ¿aún no lo entiendes?

Acarició la verdadera marca en su cuello, la que resplandecía con una luz plateada.

—Ese pequeño adorno en tu cuello. —Dijo, señalándome con una uña perfectamente pulida, —Le costó cien mil dólares a Adrián. Lo compró a una vieja Hechicera de Sangre.

—Fue forjada en un ritual de luna llena con la propia sangre de Adrián. No solo imitaba el aroma de una marca, su verdadero propósito era nublar tus sentidos y apagar tu instinto, atrapándote en una ilusión de amor.

Cien mil dólares.

Gastó cien mil dólares para construir la mentira perfecta.

—Viviste en esa mentira durante ocho años. —La sonrisa de Sofía se ensanchó. —Todo el círculo interno de la manada conocía la verdad. Tú fuiste la única tonta que vivía en la oscuridad.

Alzó la barbilla con arrogancia.

—¿Ves la diferencia? Una marca real late con el corazón, brilla suavemente cuando el compañero está cerca. Y la tuya… no es más que una cicatriz dejada por magia muerta.

Sentí que las piernas me fallaban.

—No… eso es imposible…

—¿Mami? —La vocecita temerosa de Gael atravesó el murmullo. Apretaba su medalla con fuerza, el rostro pálido. —¿Es verdad lo que dijo papá? ¿La marca es falsa?

Se acercó con cuidado a Adrián, alzando la vista hacia el Alfa al que había llamado “papá” durante ocho años.

—Papá, dime que no es cierto. —Sus ojos reflejaban esperanza, la confianza pura e inocente de un hijo hacia su padre.

Adrián lo miró sin una pizca de calidez.

—Suéltame. —Gruñó, apartando con brusquedad la pequeña mano que lo sujetaba del pantalón.

Gael tropezó hacia atrás, su cuerpo infantil chocando contra una columna de piedra fría.

—¡Ah! —Gritó de dolor.

La medalla cayó al suelo con un tintineo seco.

Esa medalla era la prueba de lo increíble que era, la había ganado tras entrenar tres meses, compitiendo incluso con un brazo lesionado, todo para que su “papá” lo viera brillar.

Sofía se acercó lentamente con sus tacones altos.

Miró la medalla dorada en el suelo y, con una lentitud cruel y deliberada, aplastó el metal con el tacón.

Un crujido seco llenó el aire cuando se partió en dos.

—Pequeño mestizo. —Escupió. —Nunca serás digno de la Manada Monteverde.

Molió los pedazos rotos bajo su zapato con una sonrisa de desprecio.

—Igual que tu madre. Ambos son farsantes sin vergüenza.

—¡No! —Gritó Gael, lanzándose hacia su medalla. —¡Esa es mía!

Ver a mi hijo humillado de esa forma hizo que algo dentro de mí se rompiera.

Me lancé hacia él para protegerlo.

Pero antes de que pudiera llegar, una mano fría se cerró sobre mi hombro.

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