—Natalie, ¿cuándo puedes parar? —Los ojos de Leonardo ardían de ira, pero mezclada con dolor.
Natalie giró la cabeza y dijo con terquedad: —Tú me provocaste. ¿Por qué no puedo enfadarme?
Leonardo la miraba, su rabia poco a poco reemplazada por la culpabilidad.
Suspiró y tendió los brazos para abrazar a Natalie.
—Natalie, para, ¿vale? Sé que hice mal. —La voz de Leonardo era baja y suave.
Natalie forcejeaba al principio, pero al oír las disculpas de Leonardo, su cuerpo se fue ablandando poco a poco.
Las lágrimas brotaron de sus ojos y se atragantó: —¿Sabes lo que hiciste mal?
Leonardo le acarició la cara y le secó las lágrimas con el pulgar.
—No debí discutir contigo, no debí enfadarte, te apreciaré más en el futuro, no dejaré que vuelva a ocurrir.
Natalie miraba a los ojos sinceros de Leonardo y su agresividad se disipaba poco a poco.
Se arrojó a los brazos de Leonardo y lloró.
No había podido comer ni dormir bien durante los días de la pelea, como si estuviera aguantando la respiració