José respondió con sarcasmo:
—¡Héctor, llevas tanto tiempo soltero que ya no sabes lo que es el coqueteo!
El deseo infantil de competir entre los hombres dejó a Adriana sin palabras. No quería quedarse más tiempo, así que se levantó:
—Voy al baño, ustedes sigan hablando.
Ella se alejó, y la provocación entre José y Héctor ya no necesitaba pantallas.
—¿Fuiste tú el que organizó lo de anoche? —José dijo, aunque su tono era más una afirmación que una pregunta.
—¿De qué estás hablando, tonto? —Héctor sonrió, pero su cara estaba tensa.
José se rio:
—Entre nosotros, las mentiras no sirven de nada y los insultos menos.
—¿Qué pasa, te duele?
Héctor se levantó y miró directamente a José:
—¿Entonces por qué no apareciste anoche? ¿Y por qué estás así de alzado? ¿Quieres protegerla, pero no te animas?
—¿Recuerdas las promesas que le hiciste a mi hermana y lo que juraste cuando estabas enfermo en el extranjero? ¿Tienes acaso miedo de las consecuencias?
Cada palabra de Hécto