Soy Mia
Soy Mia
Por: Tess Thomas
Prólogo: Mia

—SEÑORITA STONE ¿Le aburre mi clase?

Me va a estallar la cabeza, como puedo me incorporo y a duras penas logro ver el libro, por suerte para mí, el timbre suena indicando que ha terminado la última clase y por fin el instituto.

—No volveré a hacerte caso, mira que salir entre semana. Creo que bebí demasiado, apenas recuerdo lo que hice anoche —le digo a Lola. 

—No sé de que te quejas tanto abuela, por una vez que haces algo que no sea estudiar. Ya iba siendo hora de que te divirtieras un poco ¿no? —me recrimina—: Por cierto, vamos a comer algo con el grupo en el local de Quique, ¿te apuntas? 

—Otro día, es que hoy no puedo, tengo que cuidar de Liam —le explico y pone los ojos en blanco—. Su madre no volverá hasta la cena y tengo que quedarme.

—Vale, vale. Me lo apunto.

Son las siete y Liam no ha parado en toda la tarde, es un niño adorable pero nunca para quieto, y hoy no estoy en mi mejor día que digamos. A las nueve menos cuarto su madre entra por la puerta y yo lo agradezco porque ya no aguanto más.

—¿Hola peque, que tal está mi amor? —le dice a Liam. 

Sus padres son Olga y André. Olga es muy buena madre, se nota que quiere mucho a su pequeño. André y ella llevan juntos desde el Instituto, como ella siempre dice, "están hechos el uno para el otro" y así es, se les ve muy enamorados. Él es abogado en una empresa con sede en España y Alemania, y por su trabajo viaja mucho, ella es profesora de primaria en un colegio del centro.

Liam corre a los brazos de su madre, la echa mucho de menos, lleva varias semanas llegando tarde casi a diario, pero como es final de curso tiene mucho trabajo y le es imposible llegar antes.

—Qué tal Mia, ¿como se ha portado hoy este bicho? —me pregunta.

—Muy bien como siempre, es un cielo de niño. Lo he bañado y he dejado su cena en el microondas, solo tienes que calentarla —le contesto.

—Gracias, eres un amor. Por cierto, ¿cómo te fue lo de ayer, te lo pasaste bien?

—Sí, estuvo bien. Ahora estoy un poco cansada, pero fue genial. Gracias por darme el día libre.

—No hay de que, haces mucho por nosotros, te lo mereces. Ya sabes que puedes pedirme lo que quieras —me dice y eso me hace sentir bien—. André y yo te debemos mucho y ahora que viaja tanto, tú me ayudas mucho. Es lo menos que puedo hacer. Muchas gracias.

Nos despedimos unos minutos más tarde y me voy a casa. Cuando llego estoy reventada, por fin y después de casi veinticuatro horas sin dormir, lo único que quiero es irme a la cama. La culpa la tiene Lola que siempre consigue llevarme por el mal camino y no me dejó irme a casa hasta pasadas las seis de la mañana. Me ducho, como un pequeño bocadillo y antes de las nueve ya estoy en la cama.

Por la tarde mamá me despierta dándome un beso en la frente como solía hacer cuando yo era una niña. Estamos muy unidas, y desde que murió mi padre hace siete años es lo que más quiero. Aparte de una buena madre muy cariñosa y atenta, es mi mejor amiga.

—Mia, cielo. A llamado Lola, te espera en veinte minutos en su casa.

Me levanto a regañadientes porque aún estoy cansada, me pongo mis tejanos favoritos, una camiseta de color rosa pálido que me queda genial y después de desayunar algo, estoy lista. Bajo las escaleras hasta el rellano donde vive ella, y antes de que pueda poner un dedo en el timbre, Lola salta sobre mí.

—Nena, tengo algo que contarte, no te lo vas a creer —me dice.

—Buenos días, a ti también —le contesto.

Me da dos besos y me suelta de golpe que le gusto a Pablo y que va a pedirme salir. Siempre es la primera en enterarse de todos los cotilleos, nunca se le escapa nada.

Pablo es un chico muy guapo, tiene los ojos marrones y lleva el pelo rapado, es alto y delgado pero con un cuerpo escultural, tiene mi edad y a mí también me gusta bastante. Es el hermano pequeño de Quique, el cuñado de Lola.

Habíamos quedado ella y yo para ir de compras, y después de más de tres horas sin parar de entrar en todas las tiendas que nos encontramos, nos sentamos a descansar y comer algo, hemos comprado un montón de cosas. ¡Mi tarjeta está que echa humo!

Ahora sentadas en una pequeña cafetería cerca del centro comercial, levanto la vista y le veo. Tiene los ojos verdes más bonitos que he visto nunca, y su forma de mirarme es tan intensa que se me pone un nudo en el estómago, ¡Dios que guapo es! Creo que mi corazón acaba de pararse. Lleva unos pantalones de vestir negros que le quedan de muerte y una camisa blanca que se le pega al cuerpo marcando los abdominales a través de la ropa, le dan un aspecto increíble. No deja de mirarme y yo tampoco puedo dejar de hacerlo, se desabrocha la corbata como si le faltara el aire y entonces Lola me devuelve a la realidad dándome un codazo en el costado.

—Pedazo de tío nena, ¿has visto que ojos tiene ese morenazo? —me susurra muy cerca para que solo yo lo oiga.

—No está mal —le digo para quitarle importancia.

—Que no está mal me dice. Pero tía, está tremendisísimo —exclama llamando la atención de otras dos chicas—. ¿Has visto como te mira?

Antes de que pueda decir nada, la tia sin cortarse ni un pelo se acerca a dos chicos que hablan en la barra, les da dos besos a cada uno y le dice algo al otro chico que acompaña a este, uno rubio, luego vuelve hasta mí y me coge del brazo para irnos a casa.

Más tarde, después de recoger a Liam del colegio y al llegar a casa de mi vecina, Lola me llama:

—Este sábado no trabajamos, ¿cenamos juntas para celebrar que hemos acabado las clases?

—No puedo ya lo sabes, cuido de Liam —le contesto.

Nunca se da por vencida, resulta que antes de decirme nada a mí, ha hablado con Olga y ha conseguido que tenga el día libre este sábado.

—Esta vez no te libras de mí —se ríe.

—De verdad chica, como eres. ¿Hay algo que tú no consigas?

—Pues, lo cierto es que no —me contesta y las dos nos partimos de risa.

Por fin es sábado, Lola y yo nos hemos pasado toda la tarde en su habitación porque quiere que esté perfecta para esta noche, no entiendo por qué tanto glamour para ir a cenar a un bar cutre a los que suele llevarme, a decir verdad, con unos tejanos y una camiseta para mí, es más que suficiente, pero al parecer ella tiene otros planes para mí.

A diferencia de mí, Lola es un pibón, tiene un cuerpo precioso que trae locos a los tíos y es más alta y está más delgada que yo, a veces hace de modelo y es algo que le apasiona. Es pelirroja, lleva el pelo largo y rizado por el culo y tiene los ojos azules. Su estilo es más fashion que el mío porque está acostumbrada a lucirse más que yo.

Ha estado en muchos desfiles de moda y tiene un montón de modelitos, además sabe cómo maquillarse para parecer mayor. Nunca he aparentado tener diecisiete, de hecho ninguna de las dos lo parecemos. La gente a veces cree que somos mayores de edad, incluso una vez pensaron que tenía veintidós.

El caso es que al final logra convencerme para que me ponga uno de sus vestidos —aunque creo que he aceptado para que se calle—, este es blanco y me llega por encima de las rodillas, tiene escote en V y un lazo en la cintura a modo de cinturón, ahora quiere que me ponga unos zapatos de casi diez centímetros, ¡esta loca!, pero tengo que reconocer que una vez puestos quedan genial y estoy muy guapa.

Sobre las nueve entramos por la puerta de un local donde suelen ir universitarios, aún me pregunto cómo ha hecho para que consigamos entrar ya que acabamos de terminar el instituto. Según ella conoce a un tipo que es amigo del portero que nos ha dejado pasar.

El local tiene un arco de madera en la entrada y una tenue luz lo inunda todo, tiene mesas al final y para llegar a la nuestra tenemos que pasar delante de un montón de gente que está bailando y pasándoselo bien, apenas se puede hablar y mucho menos escuchar nada de lo que hablamos por culpa de la música que está altísima.

Al principio nadie se fija en nosotras, aunque una hora más tarde se nos acercan un par de chicos que quieren invitarnos a unas copas, pero Lola los echa sin contemplaciones, parece como si esperase a alguien más. Y así es, su cara cambia por completo al ver entar a un chico rubio, debe de ser alguien al que acaba de conocer porque aunque me suena su cara, ahora mismo no recuerdo donde lo he visto antes.

Lola se levanta y antes de que me de cuenta, lo tenemos con nosotras sentado a la mesa. Al estar ahora más cerca de él me doy cuenta enseguida que es uno de los chicos que conoció en la cafetería donde estuvimos el otro día, según me contó ella cuando nos fuimos, se les presentó diciendo que yo era muy tímida y que quería el número de su amigo —el guapo moreno de los ojazos verdes—, pero él, muy educadamente le dijo que lo sentía pero que no estaba interesado en mí. Entonces el rubio le dio su número y quedaron en llamarse. Por lo visto, hoy se han llamado y ella le ha dicho que se venga con nosotras, sin consultármelo claro, así es ella de especial.

—Ella es mi amiga, Mia Stone —le dice al rubito.

—Él es Thomas Reed —me dice a mí.

—Nice to meet you, ¿where are you from?¹

Por lo que veo cree que yo también soy extranjera.

—No. I'm from Barcelona.  But my father was from London² —le contesto en un perfecto inglés a pesar de ser española.

Mi padre era londinense y siempre hablaba en inglés conmigo, por eso soy bilingüe y hablo los dos idiomas a la perfección. 

Lola no se entera de nada, su inglés es tan pésimo que solo entiende las frases a medias, siempre y cuando le hablen despacio, claro. 

Nos pide que no hablemos en ingles porque según ella es imposible entendernos, nos reímos de la mueca que hace y ella finge molestarse.

—De que os reís, soy un poco cortita, vale.

Thomas nos cuenta que iba a venir con un amigo, pero que en el último momento se ha echado para atrás y que ha decidido venir solo igualmente.

Al final nos hemos pasado más de dos horas riéndonos de las tonterías de Lola, es súper divertida y siempre es el alma en todas las fiestas.

Sobre la una menos cuarto salimos de ese local tan ruidoso y nos invita a su casa a tomar la última. Y claro, después de aquella salida nocturna en la que casi acabo con un coma etílico, me disculpo y les digo que es muy tarde y que estoy cansada.

—No te vayas —me dice Lola y los dos fingen poner caritas tristes a la vez—. Venga, la última. ¡Porfiii!

Como siempre acaban convenciéndome, Lola puede llegar a ser muy persuasiva.

De camino a casa de Thomas —o Tom como más le gusta—, nos cuenta que su amigo no está pasando por un buen momento y que por eso ha decido no venir en el último segundo.

Llegamos diez minutos más tarde a una casa de dos plantas en pleno centro, subimos por las escaleras hasta el segundo piso y allí están las habitaciones y un pequeño salón —aunque de pequeño no tiene nada—, en él hay dos sofás muy grandes de color morado y la cocina que está abierta, es una casa enorme.

Vamos un poco alegres, lo suficiente para pasarlo bien, pero no lo bastante como para no recordar nada a la mañana siguiente. Lola es muy escandalosa y el pobre tiene que llamarle la atención.

—¡Ssh! Silencio baby, vas a despertar al gato —dice Tom muy serio, aunque después se ríe y añade—: No, pero sino tengo gato.

Las luces están apagadas y no se ve nada, pero de repente de la oscuridad sale un chico y enciende las luces haciendo que las dos demos un bote de la impresión.

¹ Encantado de conocerte, ¿de dónde eres?

² No, soy de Barcelona. Pero mi padre era de Londres.

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