Capítulo 1

¡ES ÉL, EL MORENAZO! Tiene el pelo alborotado, va sin camiseta y solo lleva unos boxers negros. Tal vez sea porque nunca antes había tenido a un tío medio desnudo delante de mí —y menos como este—, pero estoy tan ensimismada mirándolo que pierdo el equilibrio y me caigo encima del sofá morado, el más grande.

Doy un grito al caer y este me mira mal, pero luego su expresión cambia, pienso que tal vez sea porque me ha reconocido, aunque al ver hacia dónde mira, enseguida me doy cuenta de mi error. El vestido se me ha subido dejando mi culotte al descubierto. Se tapa la boca con la mano y esconde su sonrisa. ¿Se está riendo de mí? Levanto una ceja y lo miro. Entonces desvía la vista hacia Tom y vuelve a ponerse serio otra vez.

—¿Se puede saber en que estabas pensando? Son más de las dos de la mañana —le dice este—. Me vuelvo a la cama, por favor intentad no hacer mucho ruido. Y la próxima vez, avísame si traes compañía —le dice esto último antes de darse la vuelta para irse.

Se marcha por donde ha venido, pero antes de desaparecer tras una puerta, me mira y da las buenas noches.

Tom va tras él y durante varios minutos permanecen dentro, finalmente sale y no sé que le habrá dicho, pero al cabo de un momento el chico sale y esta vez llevando una camiseta y un pantalón de pijama de esos anchos.

«¡Dios, que bien le quedan!», pienso para mí.

Lola se sienta a mi lado y ellos en el otro sofá que da justo delante nuestro. Tom se coloca de manara que su amigo se siente en frente de mí y él al de Lola.

Se hace el silencio y casi se puede cortar el ambiente con un cuchillo.

—¡Tranquilas chicas! Normalmente mi amigo es más simpático. Aún debe de estar dormido —nos dice Tom haciendo una mueca graciosa.

—¿Y la culpa de quién es? —le contesta este.

Se recoloca en el sofá de manera que su pierna derecha está encima de la otra, apoya el brazo entre la cabeza y el sofá y se tapaba la cara con la otra mano mientras da un largo bostezo.

—Perdonadle, él no es así —dice Tom poniendo su mano en la rodilla de este—. Suele ser más educado.

Él le mira de reojo y niega con la cabeza.

—Lucas, ella es Lola —le dice señalándola con una sonrisa, se nota que mi amiga le gusta—. Y ella, Mia —le comenta refiriéndose a mí.

—Lucas, es un nombre bonito  —le dice Lola para romper el hielo.

—Lo siento, antes he estado un poco borde. Encantado —contesta ahora más relajado.

Se levanta y primero le da dos besos a ella y luego me toca a mí, cuando lo siento tan cerca me doy cuenta que en las distancias cortas, aún es más guapo.

De pronto es como en las película, cuando las imágenes pasan a cámara lenta. Me mira y sus ojos me observan atentos, siento un cosquilleo en la barriga igual que la primera vez que los vi. Huele de maravilla y el tacto de su piel al tocar mi mejilla me hace estremecer, su barba me hace cosquillas en la cara, va sin afeitar pero no la lleva descuidada, de golpe me llega un recuerdo de mi padre cuando se la dejaba así dos o tres días, pero en él es súper sexi.

Por un instante pierdo el equilibrio, él lo nota porque rápidamente me coge por la cintura, y para no caer me agarro a sus brazos, se nota que va al gimnasio porque estos estan duros al tacto.

Al separarnos nuestros ojos coinciden otra vez y noto un escalofrío muy agradable allí abajo, entre las piernas.

«¿Soy yo, o aquí hace más calor ahora?»

***

LUCAS

Es preciosa, y huele tan bien, pero no entiendo que me pasa, ¿porque no puedo apartar mis ojos de ella? Parece como si la conociera de algo, ¿pero, de qué?

Entonces Maria viene a mi mente. «No, no puede ser». Descarto ese pensamiento enseguida, porque es imposible.

Cuando está a punto de caerse la cojo por la cintura e instintivamente la pego a mi pecho. Siento un escalofrío recorrerme la espalda, sí, está buena, pero no es solo eso, hay algo más. No entiendo por qué me afecta tanto.

La cara de la chica empieza a coger un tono rojizo.

«¿Tan nerviosa la pongo?», me pregunto a mí mismo.

Le retiro un mechón de pelo que le cae a un lado y que casi le tapa esos ojazos verdes, se lo coloco detrás de la oreja y no puedo evitar acariciarle la mejilla, solo un roce, pero es casi como una necesidad de protección.

Si no me alejo pronto, estaré perdido, y no querré dejarla marchar.

***

El ambiente empieza caldearse y parece que no soy la única que se ha dado cuenta, porque Tom y Lola buscan una excusa para dejarnos solos.

—¿Nos podéis perdonar un momento? Tengo que enseñarle una cosa a Lola —dice él—. Venimos enseguida.

Antes de que Lucas o yo podamos decir nada, estos dos se esfuman dejándonos solos.

«¡No me lo puedo creer, mi mejor amiga me deja tirada para liarse con un tío!».

Nos quedamos solos y no sé que hacer ni que decir para romper este silencio. Estoy cohibida, normalmente no suelo ser tan sumisa con los chicos, pero Lucas me pone realmente nerviosa.

Lola no es como yo, ella es más lanzada con los hombres, perdió la virginidad hace un año y tiene más experiencia, pero yo en cambio, nunca he tenido ningún problemas para relacionarme con chicos, pero él es diferente a todos los que he conocido, me hace sentir cosas que no sabía que podía sentir. Además, él parece saber lo que hace, eso seguro.

No deja de mirarme con esos ojos que parece que puedan leerme la mente, me intimida.

No han pasado ni dos minutos desde que el ingles y la traidora de mi amiga —si es que puedo llamarla así— se han ido cuando sin darme cuenta lo tengo de pie delante de mí, por fin uno de los dos se atreve a romper esta incómoda situación.

—¿Te apetece tomar algo? —me dice y levanto la vista para mirarlo—. Tengo cerveza, vino, ¿o tal vez algo más fuerte.

—!No! —digo casi gritando. Respiro hondo y bajando un poco mi tono de voz añado—: Agua está bien, por favor.

—Buena chica, así me gusta —me guiña un ojo y se dirige a la cocina que está detrás de él.

«Cálmate Mia, respira».

Vuelve un par de minutos más tarde y me ofrece un vaso de agua fresca.

—Gracias.

—¿Te apetece tomártelo en la terraza? —me dice sin soltar el vaso de agua.

—Sí, claro.

Tal vez un poco de aire fresco me baje este calentón tan tonto que tengo.

Una vez fuera, se apoya con la espalda en la barandilla y vuelve a mirarme, yo me quedo quieta en la puerta, y la verdad, aún no sé por qué.

«¿Acaso tienes miedo de que se abalance sobre ti?», me digo, aunque, pensándolo bien, ganas no me faltan.

Lucas no para de mirarme, sus impasibles ojos me atraviesan y me ponen aún más caliente, nunca ningún chico me había hecho sentir así, no puedo aguantarle la mirada más de dos segundos y la agacho mirándome las manos.

—¿A qué te dedicas? —le pregunto lo primero que me viene a la cabeza, me siento acosada, pero en el buen sentido.

—Estudio en la universidad un grado oficial en fotografía, y aparte de eso, trabajo unas horas en una tienda de fotos —me contesta mientras viene directo hacia mí y añade—. Puedes acercarte más, no voy a morderte.

Me ofrece su mano y yo la miro sin saber muy bien que quiere, entonces me señala el escalón que nos separa, y me cojo a él. El tacto cálido de su mano es lo último que me faltaba para perder el control, y mientras me ayuda a bajar me susurra:

—A no ser que quieras que lo haga, entonces... —me dice y chasquea los dientes muy cerca de mi oreja.

De la impresión me tropiezo con los taconazos de Lola y casi provoca que me rompa un tobillo por culpa de su salida de tono, pero antes de que pueda caerme, me sujeta por la cintura.

—O eres muy torpe. O ya no sabes que hacer para que te ponga las manos encima —me dice y sonríe.

—Muy bonito, ¡eh! ¿Té estás riendo de mí o que? —le pregunto intentando parecer ofendida, pero no puedo evitar reírme.

Los dos acabamos riéndonos de mi torpeza y sin soltarme de la mano me ayuda a sentarme en un banco de madera que hay allí. De repente se arrodilla delante de mí y me quedo muy quieta, lo cierto es que no me lo esperaba. Coloca una mano sobre mi gemelo y con la otra desliza esta hasta el tobillo para quitarme un zapato, después hace exactamente lo mismo con la pierna izquierda.

Cuando quiero darme cuenta, tengo mis dedos enredados en su pelo, es tan guapo con el pelo todo revuelto que no he podido resistir la tentación de acariciarlo. Deseaba hacer eso desde que lo he visto aparecer de la nada en calzoncillos.

De repente me asalta un sentimiento de culpa al percaterme de lo que he hecho, y cuando intento quitar la mano, Lucas me la coge y me atrae hacia él. Dios, no puedo creerme que esto me esté pasando a mí. Que un chico como este me haga sentir así, es nuevo para mí. ¿Es posible estar a serena, y caliente a la vez? ¿Y él, sentirá lo mismo?               

Me aparto totalmente acalorada y me asomo a la barandilla, sí, estoy huyendo, todo esto es nuevo para mí, en muchos sentidos.

Finjo estar mirando las vistas, no sé muy bien por qué, pero su presencia me perturba, me hace sentir pequeñita. Necesito sentir el aire fresco en la cara para relajarme, pero es difícil cuando no sabes exactamente que haces. Soy inexperta, nunca antes he hecho esto y me siento perdida. Lola es la que entiende de estas cosas, yo en cambio sigo siendo virgen, no es extraño, lo sé, tan solo tengo dieciséis años, y no es raro que las chicas de mi edad aún lo sean, y no me avergüenzo en absoluto, pero en un momento como este no me importaría tener algo más de experiencia.

Siento su presencia a mi espalda, esta tan cerca que noto el calor de su cuerpo pegado al mío. Me doy la vuelta entre sus brazos y apenas puedo moverme, cuando intento deslizarme hacia la derecha él coloca su mano en la barandilla, y un segundo después hace lo mismo en la otra dirección. Siento su aliento en mi cara, me está rodeando y aunque mi cabeza me dice que no estoy preparada, mi cuerpo no piensa lo mismo, de hecho no quiere moverse. Finalmente, sus labios terminan a unos pocos centímetros de los míos.

—¿Te molesta si me acerco un poco más? —me susurra cerca de mi boca.

—No —le contesto intentando hacerme la fuerte—. Para nada.

Una parte de mí, está deseando que haga algo más que acercarse, y la otra está temblando como una hoja por la emoción de sentirlo tan cerca.

—¿De verdad? ¿Y si me acerco un poco más, tampoco? —me dice y pone su boca en mi oreja—. ¿Ni un poquito?

Me mira a los ojos de nuevo y aparta un mechón de pelo que me cubre la cara, sonríe y ese gesto empieza a ser uno de mis favoritos. Siento su respiracion, y la mía se vuelve más errática, más agitada. Creo que estoy a un paso de empezar a hiperventilar.

¿Va a besarme o no?

No puedo creerlo, mi teléfono suena en el salón y se echa para atrás.

—Salvada por la campana —me dice.

Se aparta para que pueda entrar pero él se queda fuera. Lola y Tom vuelven también, y mientras Tom sale fuera, Lola se acerca a mí.

—¿Qué pasa, por qué me miras así?

—Ya te vale —le digo.

Tengo que contestar la llamada así que ya le pediré explicaciones luego.

Es Olga quien llama:

—Siento mucho llamar tan tarde —se disculpa—. Pero necesito que vengas mañana a primera hora.

—Claro no hay problema. Estaré allí a las ocho.

—¿Podría ser a las siete y media?

—Sí, de acuerdo. Buenas noches.

Cuelgo justo cuando los chicos entran, y les explico la situación, que tenemos que irnos.

—Olga me necesita mañana a primera hora Lola, tenemos que irnos ya.

—¿En serio? —me dice haciendo pucheros—. No, aún no.

—¿Y por qué no os quedáis a dormir aquí? —dice Tom.

—Eres muy amable pero tengo que madrugar mañana —le contesto.

—Es tarde. No encontraréis forma de volver —dice Lucas.

Lola me mira pidiéndome que nos quedemos, y yo no puedo decirle que no, además, ¿que voy a hacer yo, ir andando hasta casa sola? Lola no parece tener ganas de irse.

Tom me enseña una habitación de invitados con una cama enorme para mí sola, porque está claro donde va a dormir Lola.

Son las cuatro y media cuando me despierto, tengo mucha sed y me levanto a por agua a la cocina, enciendo la luz y está es grande, antes no la había podido ver bien, pero ahora que la veo iluminada me parece una pasada, es grande y muy moderna, con todo lujo de detalles.

Mientras abro la nevera oigo ruido de pisadas en el pasillo, levanto la vista y lo veo, de pie, tan magnifico como antes y con ese dichoso bóxer y nada más, ¿es que a acaso no tiene pijama? Tampoco es que me moleste demasiado, pero se me hace difícil no mirar ese pedazo de cuerpo que le ha dado la madre que lo parió. Es por eso que me ha costado una barbaridad dormirme, no podía dejar de ver su cuerpo semindesnudo cada vez que cerraba los ojos.

—¿Qué haces despierta? —me pregunta desde la puerta.

—Me cuesta un poco dormirme.

—¿No puedes, o es por qué me echabas de menos? —me pregunta y sonríe de esa manera que me vuelve loca.

—¿No es lo mismo? —le contesto sin que me de tiempo a detener las palabras de mi boca, e intento arreglarlo—. Quería decir, que no puedo dormir.

«¡¿Qué te pasa?!», me riño.

Me apoyo en la isla central mientras lo observo moverse libremente por mi alrededor, es tan guapo que mi mente se cortocircuita al pensar en lo que podría haber pasado si Olga no hubiese llamado.

Me doy cuenta de que lo tengo demasiado cerca cuando mi mente se pone en marcha de nuevo. Sus ojos se clavan a los míos y me ofrece un vaso de agua, pero cuando voy a cogerlo lo aparta y acabo con mi pecho pegado al suyo. Apoya una mano en la encimera y con la otra me lleva el vaso a la boca.

—Bebe —me ordena, pero lo dice tan dulce que me derrito.

Intento coger el vaso pero niega de nuevo y me doy cuanta de cuales son sus intenciones, espera darme de beber él mismo. Llevo los labios al vaso y abro ligeramente estos, los mira, inclina el recipiente para que beba y luego bebe el mismo justo donde yo lo había hecho antes. Es lo más sexi que he visto nunca, y no puedo evitar soltar un gemido ahogado, las piernas me empiezan a flaquear y creo que mi temperatura corporal sube unas décimas.

«Definitivamente ahora si que voy a hiperventilar».

—¿Y yo tengo la culpa de que no puedas dormir? —me susurra muy cerca cuando se termina todo el agua.

—Un poco —le contesto intentando no tartamudear, estoy muy nerviosa.

—¿Y que hago para ponerte tan nerviosa? —me pregunta acariciandome la mejilla.

—No, no lo sé —le digo casi sin aliento.

Acerca su boca a la mía y ahora está demasiado cerca —ojo que no me estoy quejando—, y decir que huele estupendamente bien es quedarse corta, pero además con esos bóxers y ese cuerpo escultural, me está poniendo muy, pero que muy nerviosa. Si sigue acercándose tanto me va a dar algo.

Me siento desnuda, solo llevo una camisa varias tallas más grande que Tom me ha dejado, y mi ropa interior, pero a su lado me siento completamente expuesta.

—¿Crees que así está mejor? —me susurra casi tocando mi boca, luego se lame el labio inferior.

Me coge por la cintura y me pega contra su cuerpo, doy un respingo aunque no es de miedo, y sinceramente, ahora mismo me encantaría llegar más lejos, pero mis pensamientos se entremezclan entre la confusión por no saber lo que hago, y el deseo que no sabía que existía en mí.

—¡Dímelo! —me exige.

—Co... ¿cómo dices? —le pregunto con la voz temblorosa.

—Dime lo que quieres —repite y se aproxima un poco más—. No me gusta repetirme.

«¡¿Dios, de verdad está pasando?!»

—Yo...

—Esa camisa que llevas, ¿sabías que es mía? —me interrumpe y la coge por debajo subiéndola un poco—. ¿Te he dado yo permiso para ponértela?

Con una mano sobre esta y la otra en la isla, me tiene completamente atrapada, y por alguna razón que no entiendo, no quiero que se aleje.

—Me la ha dado Tom. Pero si quieres te la devuelvo —le digo y no sé de donde a salido eso.

Creo que mi mente quiere jugar también a su juego.

—¡Basta de tonterías! —susurra, y me coge por debajo de los sobacos y me levanta.

Me pone encima de la isla y se coloca entre mis piernas, coge mi cara con las dos manos y me besa.

Cuando introduce su lengua en mi boca no puedo evitar gemir de placer, ¡besa taaan bien! Quiero hacerle sentir lo mismo que él me hace sentir a mí, así que empiezo a imitar sus gestos, y los suyos, son míos ahora. Nuestras lenguas encajan perfectamente y cada vez que la suya roza la mía deseo llegar un paso más lejos. Sus jadeos y los míos son el preludio de algo que va más allá de los besos y las caricias, deseo sentirle dentro de mí.

—Eres preciosa, ¿no te lo han dicho alguna vez? —me pregunta y me acaricia los labios con el pulgar—. No suelo hacer esto nunca, pero, te deseo tanto. ¿Qué estás haciendo conmigo?

—No lo sé, pero yo siento lo mismo. Y también quiero más —le pido.

—¿Estás segura?

—Por favor —casi le estoy rogando que me tome—. Sí, estoy segura.

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