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El Reencuentro con la Serpiente

El Aeropuerto Internacional de la Ciudad A se mostraba en todo su esplendor dorado, un reflejo de la opulencia de la alta sociedad.

La expresión de Selene Santorini era todo un poema: una máscara helada de cortesía que apenas ocultaba el fastidio y el frío metal de su peor humor.

¡Aquel día había tenido que cortar con su único escape, su amante, por la molesta presencia del hombre al que la sociedad llamaba su esposo!

Un ser que ella consideraba nada más que una piedra en el zapato, con el que nunca se llevaría bien, ni en un millón de años.

—Al fin estás aquí. ¿Sabes cuánto tiempo te hemos estado buscando? Por lo general, la gente decente espera a los pasajeros con carteles en la mano indicando el nombre, ¡no se arrastra como un caracol! —La voz cargada de molestia de su esposo, Víctor Nikolái, resonó en el lugar.

La expresión de Selene se endureció, pero en lugar de mostrar fastidio, esbozó una sonrisa brillante, mientras su voz sarcástica se dio a conocer sin ningún tipo de piedad:

—Lamento que te moleste mi mal servicio, querido esposo. Pero la próxima vez, ¿por qué no te dignas a conseguir un chófer? O quizás, mejor, ¡un perro guardián! —Su sonrisa, falsa hasta la médula, no se borró en ningún momento, mientras su esposo, lleno de una rabia contenida, le lanzaba una mirada fulminante.

Sin más preámbulos, Víctor se apresuró a arrastrar dos maletas hacia la cajuela del auto.

—¡Abre el maletero! Necesito deshacerme de estas cosas… —Selene, con total tranquilidad que rozaba la burla, activó el maletero a distancia, observando cómo la expresión de su esposo se tornaba más amarga a cada segundo.

—¡Hermana! Hermana, ¡qué gusto poder verte de nuevo! Tantos años lejos… ¡Tres años de ausencia sin verte han sido un completo martirio! —La mano de Selene se detuvo a medio camino.

Muy dentro de sí, tuvo que suprimir las inmensas ganas que sentía de darle una paliza a la mujer que la llamaba "hermana":

Circe Ezio, la hija ilegítima de su padre, aquella que había decidido escapar con su prometido la noche de su boda, después de que Selene se casara por petición del viejo de la familia Nikolái.

Ella había cedido al matrimonio, a pesar de su deseo de solo concederle ese "honor" a su hermana, quien parecía realmente interesada en ese hombre inepto que ella llamaba esposo. El problema era el abuelo de la familia, el viejo líder del clan, quien exigía que fuese ella, la hija legítima, quien llevase el apellido. A Circe, el abuelo la consideraba no más que "una mala mujer, una ilegítima".

—Circe… Es un gusto verte. Tres años… después de que te marcharas con mi esposo, es cierto. Ustedes debieron ser muy felices.

—¿Qué estás diciendo, Selene? ¿Acaso intentas acusar de algo a mi Circe? —Las palabras llenas de reproche, casi a gritos, de Víctor Nikolái, hicieron que Selene tuviera un terrible deseo de golpearlo.

Pero, contrario a su instinto, solo sonrió. Mostró una sonrisa luminosa a la pareja y habló con un tono que parecía apacible, totalmente opuesto al resentimiento que sentía en su interior:

—¿Qué dices, querido? ¡Si soy la persona más feliz que hay en toda esta situación! Después de todo, ver a una pareja tan llena de felicidad hace que mi corazón se llene de emoción… ¡De pura emoción! —Víctor la observó con una mirada cautelosa, sin poder descifrarla.

Mientras Circe, buscando molestar a Selene al creer que esta se pondría celosa, enredó su brazo en el de su amante y habló con un tono armonioso y lleno de falso carisma:

—Muchas gracias por apoyar mi amor, Selene. Siempre me he sentido mal por ti. El hecho de que estés en un matrimonio sin amor, con un hombre que ama solo a mí y jamás tendría ojos para ti… eso debe ser muy lamentable. ¡Pobre de ti, hermanita! —Selene le sonrió de manera condescendiente, mientras observaba cómo Víctor, con ojos llenos de amor devoto, miraba a su Circe, como si ella hubiese salvado un país entero y mereciera el amor incondicional que él podía ofrecerle.

Aquella escena le daba a Selene un terrible asco. No podía creer que tuviese que soportar una hipocresía como aquella; la pareja era terriblemente molesta.

—Bien… debemos irnos. El Abuelo espera por nosotros. Después de todo, no podemos darnos el lujo de llegar tarde ante el patriarca.

Selene observó cómo la pareja no dijo más. Circe le dio una mirada cargada de burla, mientras subía al auto en la parte trasera.

Como si fuese la dama y señora, junto a Víctor, parecían esperar que Selene solo arrancara el auto.

Esto, lejos de calmarla, hizo que la molestia la invadiera.

Solo los maldijo en su interior, mientras rogaba que aquel viaje hubiera traído buenos frutos, como el divorcio, aquel que esperaba con ansias y que Víctor le había prometido a su regreso.

Esto, claro, después de que Selene se encargara no solo del trabajo de su esposo, sino también de las tareas que su familia le imponía.

—¿Qué esperas para arrancar, Selene? No tenemos todo el día, ¡quiero hablar con el Abuelo de una buena vez! Quiero que entienda por qué no quiero estar con una mujer como tú más tiempo.

Selene no dijo una sola palabra a su esposo, aquel que abrazaba a su amante de manera protectora, mientras Circe, solo sonreía de manera despectiva hacia su hermanastra, pues la situación le parecía terriblemente divertida.

Incluso llegó a pensar en el hecho de que ver aquel tipo de situaciones solo la divertiría en demasía, y que tal vez debía alargar un poco el divorcio para humillar un poco más a su hermana.

Por lo menos esos fueron sus pensamientos de camino a la Mansión Nikolái. Al llegar, Circe había sido recibida de manera hostil, y al entrar en la oficina del viejo líder de la familia, había sido recibida con una taza de té reventada a su costado, haciendo que Circe diera un grito, mientras Selene se tragaba las inmensas ganas de reír a carcajadas ante el recibimiento.

—¡Malditos niños poco filiales! ¿Cómo pueden aparecer frente a mí con esa cara tan descarada? ¿Son conscientes de todo lo que han causado? ¿Cómo pueden venir aquí como si nada?

—Abuelo… —Víctor había caído al suelo de rodillas, buscando clemencia, mientras Selene fue directamente ante el anciano, y con tranquilidad, puso sus manos en los hombros del viejo y habló con calma hacia él:

—Tranquilo, Abuelo… dijiste que no te enojarías tanto, que no harías un escándalo… —Circe, quien observaba la escena llena de furia, apretó las manos en puño. No podía creer que el viejo hostil, aquel que tanto la odiaba, mostrara tal expresión de familiaridad ante su hermana.

Mientras Víctor, que aún estaba en el suelo, jaló un poco el vestido de Circe y le indicó con la mirada que debía arrodillarse.

—¿Cómo no estaría de mal humor? Mi nieto viene con su amante sin una pizca de pudor, y además es tan descarado que esa mujer astuta viene mostrando una sonrisa y un rostro lleno de superioridad. ¿Cómo pude criar una alimaña como esa? ¿Cómo la familia Sartori pudo tener una hija como esa? ¡Sin duda no es más que una hija ilegítima!

Circe apretó sus manos en puño, y lejos de sentirse intimidada, su odio hacia Selene aumentó. La promesa de vengarse pronto llegaría, mientras la mirada de Selene, fría y retadora, parecía incitarla a siquiera intentarlo.

Una guerra entre dos hermanas que existía desde el primer día que Circe había pisado el hogar de Selene. Luego de la muerte de su madre y de que su padre a los pocos días había llevado consigo a su amante e hija ilegítima a la casa principal.

—Abuelo, te pondrás más enojado, cuando sepas que Víctor ha venido aquí, solo para pedir el divorcio, ya que desea casarse con mi hermana…

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