Visita del pasado

Visita del pasado

Las lágrimas habían brotado a borbotones lavando mi rostro del dolor y de la angustia de una vida vivida al límite de las emociones, donde la vida ya no era vida y el dolor se hacía cada vez más agudo. Era mi tercera visita al cementerio desde que nos habíamos mudado al pueblo.

Frente a ese par de lápidas adornadas con los nombres de nuestros padres con letras escritas con firuletes rimbombantes, me quedé un buen rato, dejando que las lágrimas se llevaran lo más que pudieran de mi dolor, pero mientras más lloraba, extrañamente, más me dolía.

La mañana aún era joven, por lo que la mayoría de las personas en el pueblo se hallaban metidas en sus cosas de manera oportuna. Aquel cementerio estaba presto en su soledad a mi estera disposición, para que llorase a gusto, sin temor a nada, como lo hacía cada vez que visitaba las dos tumbas gemelas debajo del gran roble.

En el par de meses que llevábamos en el pueblo ya habíamos pasado el proceso inicial de las saludes y sorpresas. Ser los huérfanos de aquella agradable pareja que había muerto hacía unos cuantos años atrás, tenía una especie de condimento que nos hacía ser un intento de novedad en el pueblo. Nuestra llegada al pueblo hacía que la gente pronunciara nuestros nombres en silencio cuando nos veían desde el otro lado de la calle o al sentarse frente a nosotros en una mesa del restaurante de pizzas del lugar. A David aquello no le agradaba mucho, pues a lo que menos había estado acostumbrado en el internado era a ser el centro de atención. Él no se adaptaba a recibir ese tipo de “atención” de personas que ni se preocupaban por saludar o dar los buenos días, sino que de plano se iban de lleno a comentar en voz baja: “mira, los hijos de los Reyes”.

David estuvo esperando el asunto para querer convencerme de volver a la ciudad, pero esa discusión estaba descartada para mí, incluso antes de iniciarla. En la ciudad la tentación de volver al lado del señor Cavill sería demasiada, por eso la distancia era tan necesaria para mantener mi mente alejada de cualquier metida de pata que se me pudiese ocurrir. Habían pasado casi tres meses y el dolor seguía estando intacto, al igual que las ganas de querer correr a sus brazos, aunque muy posiblemente para ese momento él ya me hubiese sepultado en su corazón, así como estaban sepultados, bajo el suelo donde me encontraba, infinidad de cadáveres que nunca más podrían volver a vivir; así, mi amor por el señor Cavill, estaba destinado a estar enterrado sin oportunidad de volver a vivir.

―Hola ―me saludó aquella voz familiar a mis espaldas que me dejó helada y con el corazón a punto de salirse por mi boca. La impresión fue demasiado intensa en ese momento, por lo que me vi forzada a girarme bruscamente para descubrir quien había dicho aquello.

Fantasmas y situaciones de ese tipo no entraban dentro de mis creencias, pero en la soledad de ese campo santo no había otra idea que me pasara por la mente con mayor velocidad al descubrir aquella figura masculina que me miraba de la distancia de un recuerdo en tiempo pasado.

Mis ojos se enfocaron en aquella figura que se encontraba de pie a unos cinco metros de mí. Iba vestido con un abrigo negro bastante grande para cubrirse del frío y su rostro ahora iba cubierto por una densa barba que le alteraba el rostro desde la última vez que yo le había visto. Su mirada era incierta, como de emoción mezclada con ansiedad. En sus labios titubeantes pude descubrir que había quedado una palabra aun sin decir, por lo que me quede de pie, nerviosa, pero con el alma ahora reposando por saber que aquello podía significar muchas cosas.

―Siento mucho importunarte… pero te vi salir de tu casa y había querido hablarte desde entonces, pero me aterraba ―su voz era trémula y se notaba bastante avergonzado mientras hablaba. El frío de esa mañana, aunado a la humedad de la lluvia que parecía haber mojado su ropa, hacía que el temblor de sus palabras fuese mucho más acentuado en ese momento―…. Te vi subir al autobús y entonces subí a mi camioneta y te seguí… debías verme, parecía un psicópata como en las películas. Cuando te vi bajarte en la parada del frente, entendí a donde te dirigías y por eso quise darte tu espacio antes de acercarme a saludar, pero al ver que te tardabas me aterré y preferí venir a ver si estabas bien.

Aquella explicación dejaba en claro un par de cosas: Su nerviosismo y su determinación por seguirme. No estaba segura de cómo sentirme respecto a todo eso, pero aparte de todo lo demás que pudiese decir al respecto, por lo menos era gratificante encontrarme con un rostro conocido en esa mañana de invierno.

―Hola Ethan ―le saludé mientras secaba las lágrimas de mis ojos―, estoy bien, gracias por preocuparte.

―Bien, bien ―dijo él, asintiendo aún nervioso por no saber cuál sería mi reacción―, me gustaría hablar contigo…. Pero sé que no es el mejor lugar… si te parece me voy y hablamos cuando te parezca.

―No te preocupes ―le dije antes de que se diera la vuelta con intenciones de salir corriendo del sitio. El recuerdo de la última vez que nos habíamos cruzado había dejado un peso de incomodidad sobre lo que era una amistad bastante bonita antes de que todo se desmoronase, pero a pesar de eso no quería perder la oportunidad de saber de él después de tanto tiempo―, de todas maneras ya me iba ―le dije.

― ¿Te acompaño a tu casa? ―se apresuró a decirme con un cambio de ánimo bastante sorpresivo.

Yo le miré curiosa y terminé asintiendo con una leve sonrisa. Estaba feliz de que Ethan volviera a mi vida, aunque fuese en medio de un cementerio frente a las tumbas de mis padres.

―Pero si tienes otras cosas que hacer no quiero retrasarte Ethan ―le dije por educación. No quería que él se molestara solo por mí―, es que antes de volver debo pasar a comprar algunas cosas y debo también…

―No Emi, no me comprendes ―Ethan me interrumpió sonriendo tímidamente con su mirada perdida en los árboles de la ladera de la montaña―… yo no tengo nada más que hacer… yo vine al pueblo solo para verte a ti.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo