Sometida por obligación
Sometida por obligación
Por: Lj. Amesty
Prefacio: Él

Prefacio

Él

Su nombre era grande, al igual que su persona. No había forma de que una pluma endeble como yo no fuese llevada por un huracán como lo era él.

El poema no puede ser poema si no hay dolor y conflicto, pues aun en medio de la alegría, el poeta logra descubrir lo marchito.

Así fue que conocí que él era el amor de mi vida: De desconocidos a socios, de extraños a confidentes, de enemigos a amantes. La de nosotros había sido la historia de la locura convertida en realización. El acercamiento de dos polos opuestos a punto de una colisión inevitable con la fuerza suficiente para destruir todas las verdades de mi corazón. No había defensa, no había necesidad, mi mundo entero había sido entregado a los pies del señor Cavill. No había manera de negarlo ni de ocultarlo. Yo le pertenecía completamente a él, no había como disimularlo. El simple sonido de su voz servía para desmoronar lo más férreo de mi voluntad y echar por tierra cualquier disposición de mi corazón. El roce de su piel sobre la mía era la más pura manifestación de ese poder indómito y salvaje que me hacía jadear sin poder contener a mi espíritu, suplicándole que me tomara para sí y me hiciera el amor hasta desfallecer.

Era causa y al mismo tiempo era el efecto. El señor Cavill era mi detonante y al mismo tiempo mi refugio. Era el infierno que me quemaba y el mismo era mi redención.

En su juego de amo y sumisa no había conocido límites y por volar tan cerca del sol soñando que sería capaz de soportarlo, terminé quemando mis alas hechas de cera. Me quedé prendada de él. Su esencia me impregnó de una manera inevitable. No había nada en el mundo que no me recordase que yo era suya y que él era mío: Lo hacía la mañana cuando en el alba su olor inundaba mi habitación; lo hacía también el ocaso, cuando el susurro de su voz ronca me adormecía el oído con sus palabras pronunciando mi nombre. Era la esclava de un hombre ausente. Era la sumisa que nunca quería ser liberada.

Llegue a pensar que estaba mal y que había un problema conmigo. No podía ser normal estar atada de esa manera. No podía ser justificable que mi dependencia de vida tuviese nombre y dirección. El señor Cavill iba más allá de ser mi todo. Él era el motor de mi vida y lo más impresionante de todo era que lograba hacerlo con el simple recuerdo de lo que me regaló en el tiempo compartido a su lado en el trayecto de aquella lejana semana.

El recuerdo de sus besos cuando me acorralaba contra la pared respirando con violencia, sobe mi cuello; la imagen de su cuerpo musculoso, irguiéndose sobre mí como una montaña a punto de aplastarme con el peso de su placer irrefrenable; el conflicto que invadía mi alma cuando me entregaba a él sin entender nada de lo que ocurría. Él había sido mi primer y único hombre y ese título nadie iba a poder arrebatárselo nunca jamás. El señor Cavill era el amo y señor de mis deseos más pecaminosos. Era su nombre el que susurraba en la vigilia de mis noches y era su cuerpo el que deseaba en los momentos de desenfreno. No había nada más que pudiese desear con tanta fuerza como lo deseaba a él, pero estaba decidida a olvidarlo.

No había forma de asegurar el éxito de una misión suicida como la que me proponía. En el paso de los días me había propuesto a desarraigar cualquier objeto material que me pudiese traer a memoria su recuerdo. Era una misión que rayaba en lo irracional e ilógico, pero no había otra manera de hacerlo. Si de verdad quería seguir adelante para darle a David la hermana mayor que él necesitaba, estaba obligada a mantener la cordura y para ello debía dejar al señor Cavill contenido en mis recuerdos.

Para mí él había muerto. No podía imaginarlo en su oficina siendo el imponente CEO que había conocido, porque si lo imaginaba así me terminaría rindiendo ante mi propia debilidad y saldría corriendo a suplicarle el perdón por mi cruel traición.

No podía permitirme una caída como aquella. La amenaza pesaba sobre mi hermano y también sobre Ana, mi amiga; si yo volvía al lado del señor Cavill me arriesgaba a perderlo todo.

Desde luego que había pensado en la posibilidad de llamarlo por lo menos para contarle todo, pero no estaba dispuesta a jugar esa carta de riesgo, no por el simple capricho de ser feliz.

Cobardía, era lo que sentía, no hacía falta que nadie me lo dijera, pero no era la cobardía de alguien que teme por egoísmo, era la cobardía de alguien que no puede vivir por sus propios pasos y determinaciones. Yo era una mujer obligada a sufrir; una mujer sometida a vivir para dejarle la felicidad a otros.

Estas y muchas otras sensaciones inundaban mi alma cuando pensaba en su nombre y no era de extrañarse; el señor Cavill podía ser así de imperante para cualquier mujer, pero yo debí acostumbrarme a la fuerza a seguir adelante sin imaginarme a su lado. Era horrible, doloroso y complicado, pero en cada uno de mis días marcaba un pequeño calendario, las horas, no los días, que había estado obligada a estar lejos de él.

Extrañaba su fragancia, lo mismo que extrañaba su sonrisa. Necesitaba escuchar su voz y sentir su abrazo. Necesitaba al señor Cavill en mi vida, siendo esa fuerza indetenible que arrastra todo solo con su presencia. No había manera de negarlo. Estaba completamente perdida en ese espiral de decadencia y autaconmisceracion alejada de él, pero esa sensación de desasosiego comenzó a cambiar esa mañana, cuando las cosas dieron un giro que no podía imaginarme de ninguna manera.

No había forma de prevenirlo, pero pasó. No podía imaginar la cantidad de implicaciones que se podían desprender de aquel día que había iniciado, como todos los demás, sometidos por la obligación.

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