Noticia inesperada

Noticia inesperada

Después de que la enfermera con las jeringas pasó a tomar la muestra de mi sangre, el tiempo pasó de una forma compleja. Al mismo tiempo sentía que todo pasaba muy lento mientras esperaba el regreso de Ethan con noticias de David, pero también sentía que las cosas pasan demasiado rápido. Era todo un desbarajusto cuyo epicentro se encontraba radicado en mi cabeza, pues aún me sentía como demasiado liviana en aquella camilla, como si mi cuerpo estuviese compuesto de aire y mis ideas fuesen todas volátiles.

La enfermera de la sonrisa amplia entraba cada cierto tiempo para cumplir con la promesa que le había hecho a Ethan de estar al pendiente de mí.

―Se nota que él se preocupa mucho por usted ―sentenció la enfermera en una de sus tantas visitas mientras se fijaba en la gotita que bajaba desde la bolsa de suero que me habían colocado para hidratarme y reponer mis energías.

― ¿Le parece? ―pregunté sin mucho convencimiento, mientras miraba con preocupación aquel parche que tenía sobre la aguja que habían incrustado en mi torrente sanguíneo.

― ¡Pero por supuesto niña! ―exclamó la mujer de edad adulta que se contoneaba de manera glamorosa como si en vez de enfermera fuese una bailarina en un escenario―, tenías que verlo cuando estaba ahí afuera esperando el diagnóstico de la doctora, el pobre hombre parecía a punto de volverse loco de preocupación.

Aquella información me hacía gracia y me daba un motivo para sonreír. La verdad es que no sabía cómo reaccionar respecto a ese asunto que de seguro después debía abordar con delicadeza, pero de momento me hacía bastante bien que alguien que se preocupaba por mí estuviera ahí para apoyarme.

Otra vez intenté explicarle que Ethan no era mi esposo, ni siquiera nuestra amistad en ese punto estaba del todo restablecida, pero la enfermera estaba tan enfocada en repetir aquello que no me encontré capaz de hacerle el feo de decirle la verdad de todo aquello.

Pasados unos quince minutos Ethan al fin regresó, volviendo a entrar al cubículo cuando yo ya me sentía mucho mejor, ahora si de verdad, y que solo esperaba los resultados de los exámenes para que la doctora me diera el alta. De momento le sonreí y de inmediato le pedí noticias sobre mi hermanito.

―No te preocupes ―me tranquilizó manteniendo una distancia prudente de la camilla. Aquel arrobo con el que se había atrevido a tomar mi mano antes de irse a buscar a David parecía haberse controlado o por lo menos no estuvo presente en ese momento―, lo esperé frente a la casa hasta que bajara del transporte escolar… tenía miedo de que no me reconociera por la barba―al decir esto Ethan se mostró apenado mientras se pasaba la mano por sus mejillas―, posiblemente me viera como un oso del bosque.

El chiste de Ethan fue bien acogido por mi ánimo, por lo que me permití sonreír antes de decirle.

―No creo… la barba te siente bastante bien.

Yo pronuncié aquellas palabras como una explicación sincera. Más como un comentario cortes que como cualquier otra cosa, más, sin embargo, Ethan se sonrojó de manera evidente, por lo que se apresuró a terminar su explicación antes de quedar expuesto en la situación embarazosa.

―Lo, lo cierto es que David apenas me reconocía, pero cuando escuchó mi voz supo de inmediato quien era yo, entonces le expliqué lo que había sucedido y que de momento debía esperar en casa de su tía.

― ¿Te obedeció? ―le pregunté asombrada, puesto que David no obedecía a nadie más que no fuese yo, su carácter en aquel lugar había sufrido tantos trastornos que al mismo tiempo que obedecía a las personas que admiraba, así también se revelaba de manera insolente con aquellas personas con quienes no se encontraba a gusto.

―Sin problemas―me aseguró Ethan con mucha tranquilidad―, al principio me dijo que quería venir a verte, pero cuando le expliqué que todo estaba bien y que lo mejor era que esperara en casa de la mamá de Ana, él lo entendió sin complicaciones.

Aquello me dejó verdaderamente satisfecha. Era una noticia grata saber que a David le hacía tan bien relacionarse con una figura masculina agradablemente afectiva como lo podía ser Ethan. De pronto sin quererlo estaba en esa camilla del hospital, como enumerando una lista de pros y de contras de ese chico que apenas había vuelto a aparecer en mi vida después de un desafortunado encuentro que terminó con el puño del señor Cavill estrellado contra la nariz de él. De hecho, no se lo quise preguntar en ese momento por vergüenza, pero casi podía estar segura de que Ethan se había dejado crecer la barba para disimular el pequeño desperfecto que sufrió su nariz desde ese día.

Definitivamente, como siempre se lo había dicho a Ana: Cualquier mujer sería verdaderamente dichosa de tener como novio o marido a un hombre como Ethan, quien no solo era extremadamente atractivo y que ahora con esa barba se veía mucho más varonil, sino que además era un hombre atento y dulce y con un corazón enorme que solo estaba igualado por el tamaño de su nobleza y dulzura. Lamentablemente, y ahora lo decía con verdadero pesar, yo no podía dejar de verlo como su amigo de toda la vida, y ni siquiera por haberme alejado del señor Cavill después de nuestra desastrosa pasantía amorosa, podía mirarle con ojos que no fuesen de la más pura amistad.

―Gracias ―le dije con dulzura, pero sin que esa dulzura permitiese una interpretación que pudiese ir más allá de la mera amistad.

Ethan me miraba, me miraba y yo sentía que él podía imaginarse lo que pasaba por mi cabeza, pero aun así permaneció a mi lado, con una sonrisa enorme que me iluminó y me alegró. Entonces él me dijo:

―No te preocupes ―dijo mientras con un movimiento de su mano y con un gesto de su rostro le restaba importancia al asunto, entonces cambio la expresión de golpe que se tornó sería cuando comenzó a decirlo siguiente―. Aún tenemos esa conversación pendiente, espero que no lo hayas olvidado.

―Ethan… yo…

En ese momento la enfermera de la sonrisa chispeante entró al cubículo acompañando a la doctora. Ambas venían charlando.

― ¡Por fin llegaron sus resultados señorita reyes! ―me comunicó la doctora mientras paseaba sus ojos sobre la hoja que estaba junto a mi historial médico, la enfermera se acercó a la doctora para poder leer por encima del hombro de esta. Se notaba que la enfermera, a pesar de ser claramente mayor que la doctora, tenía mejor vista, pues llegó a un punto determinante de los resultados antes que la misma doctora. Entonces abrió sus ojos como platos y exclamó:

― ¡Felicidades! ―gritó con regocijo volteando a mirar a Ethan, quien no sabía cómo reaccionar―, ¡Van a ser papás!

La doctora quiso detenerle para decirle que Ethan no era mi esposo, pero ya había sido demasiado tarde.

El pobre Ethan recibió la noticia de mi embarazo de una manera tan inesperada como yo misma lo había recibido. Aquello me llegó como un balde de agua fría que me dejó sin capacidad de reacción. Aquello sencillamente no podía estarme pasando a mí.

Para cuando quise darme cuenta, el pobre Ethan había tenido que salir del cubículo para tomar aire.

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