Actitudes extrañas

Conduje como loco hacia casa de Fernando, pero me dijeron que el dueño de la casa estaba ocupado. Ya sabía en qué y la rabia me pudo.

Había llegado tarde, ellos dos ya se habían acostado como un par de animales en celo.

Decidí sentarme en la biblioteca a esperar. Me hubiera gustado quedarme solo para rebuscar papeles, pero un sirviente permanecía implacable en la puerta.

Minutos después, apareció Fernando con una bata de seda de color azul y fumando un cigarro. Se sorprendió de verme, pero se sentó a mi lado, me ofreció un cigarro y yo se lo negué.

—Has vuelto pronto.

—Sí, pude terminar antes de lo esperado —mentí.

—Me alegra, aunque debo decirte que has llegado en mal momento —sus palabras eran con tono cínico, parecía realmente disfrutar el momento.

¿Acaso Margaret lo había disfrutado? ¡Seguramente! Dios, no quería ni pensar en ello.

—¿Por qué? —pregunté a mi pesar.

—Me la estaba tirando —rió y tuve ganas de vomitar por ello, pero mantuve mi rostro impasible.

—Vaya, lo has conse
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