La nave se deslizó por el vacío, cada vez más cerca del núcleo. A través de la ventana principal, Alea podía ver un resplandor pulsante que parecía vivo, como un corazón latiendo en las profundidades de aquel lugar. No sabía qué era más inquietante: la magnitud del núcleo o el silencio absoluto en la nave.
Eryon estaba inmerso en los controles, su expresión dura, impenetrable. Alea lo observó de reojo, preguntándose cuánto estaba ocultando todavía. —¿Qué esperas encontrar ahí? —preguntó, rompiendo el silencio. Eryon no levantó la mirada. —Respuestas. —¿Y qué pasa si no te gustan? —insistió ella. Finalmente, él la miró, sus ojos oscuros como pozos sin fondo. —Eso no importa. Lo que importa es que terminemos con esto antes de que sea demasiado tarde. Alea sintió que un nudo se formaba en su estómago. —¿Demasiado tarde para qué? —Para que me controle co