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El peso del apellido (3era. Parte)

El mismo día

New York            

Alexander

Lo admito: soy impulsivo, demasiado honesto con lo que siento. Pero supongo que eso es lo ideal cuando experimentas esa conexión que lo cambia todo. La magia del amor… y yo la encontré en Claire. Sin importar nada más.

Aunque ella, siempre tan realista, no podía olvidar las barreras que nos separaban —la guerra entre nuestras familias—, no se marchó. No terminó nuestra relación.

Fue su forma de demostrarme que me correspondía. Nunca escuché el “te amo” que anhelaba, pero a veces los silencios, las miradas y el roce decían más que mil palabras.

Ahí, enredados en la tina, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Tenía su piel, su risa, su respiración mezclándose con la mía. Y, aun así, era incapaz de acallar mis sentimientos, mis sueños… ni mis miedos.

—Sería bueno quedarnos aquí —murmuré—, sin pensar en nada ni en nadie.

—¿Y el futuro? ¿No piensas en él?

—Antes no lo hacía —le confesé, rozando su oído—. Seguía la corriente. Pero desde que estás en mi vida, apareces en mis planes.

—No pienses demasiado en él. Mejor vive el presente, como yo lo hago.

—¡Mentirosa! —repliqué entre risas—. Piensas tanto en lo que vendrá… por eso sigues levantando barreras entre nosotros.

—Ha sido una proeza que tu madre no sospeche de nuestra relación —susurró sin mirarme—, pero tarde o temprano lo descubrirá.

—Cuando suceda, nos preocupamos —la atraje más hacia mí—. Ahora dime con sinceridad: ¿por qué seguir siendo una asistente, si podrías tener otro puesto en la empresa con tus estudios?

Busqué el azul de su mirada.

—Alexander, conoces la respuesta. Tuve que mentir para ser contratada. No podía presentarme como Claire Beaumont.

—También porque como Claire Miller podías moverte a tus anchas, buscar algo sobre la ruina de tu familia…

—Y aun así estás conmigo. Eres mi novio. ¿Por qué, Alexander?

—Porque quiero un futuro contigo —respondí sin dudar—. Más de esto que tenemos. Sin que quieras salir corriendo, sin que pese quiénes somos…

Le sostuve la mirada.

—Claire, yo te…

Me detuvo con sus dedos sobre mis labios.

—Aún no lo digas —pidió.

Me prendí de sus labios, como si con eso pudiera retenerla para siempre. Cada roce, cada suspiro, me anclaba a ella.

Y aun así, peque de ingenuo creyendo que podía escaparme de la maldición de mi familia. Bastó una llamada de Elizabeth para alterar todos mis planes con Claire.

Mientras camino por el pasillo hacia la sala de la mansión, repaso las palabras de mi hermana en mi mente: el yate de papá explotó en Mónaco… Tal vez sea una falsa noticia. Debe serlo, me digo, intentando no acelerar el paso. Pero a medida que cruzo la sala, siento cómo cada músculo se tensa.

Ahí están. Mi madre, rígida, impecable, como si pudiera controlar todo con solo parpadear. Elizabeth, mordiendo el labio, con una copa de vino en la mano, intentando aplacar los nervios. Nicholas, la voz un poco más alta de lo normal, delata su preocupación.

—No podemos esperar un comunicado oficial de la policía de Mónaco para tomar una decisión… hay que hacer algo —dice Nicholas, frotándose la frente, los hombros tensos.

Respiro hondo, intentando controlar el nudo en mi garganta, y saludo con voz firme:

—Buenas noches. Según lo que escuché, todavía no tenemos noticias de papá.

Mi madre me mira de arriba abajo, evaluando cada gesto, cada línea de mi expresión. Elizabeth no tarda en intervenir:

—Alexander, lo peor no es solo eso, sino los rumores de la prensa. Nos están devorando vivos. Hay que calmar a los inversores, a los clientes… no podemos permitir que las acciones se desplomen —su voz tiembla apenas, pero sus ojos exigen que lo tome en serio.

Nicholas cruza los brazos, frunce el ceño.

—Todo esto es raro. Justo cuando íbamos a enterrar a los Beaumont, explota el yate de papá.

—¿Qué sugieres, Nicholas? —pregunto, dando un paso hacia él.

—Puede que Henry Beaumont tenga algo que ver —dice, con la mandíbula tensa—. Pero lo importante ahora es nombrar un presidente.

Otra sombra más añadida a mi conflicto por mi relación con Claire, ¿Qué habrá de verdad en las sospechas de Nicholas?

Mi madre alza la voz, firme y sin titubeos arrancándome de mi trance:

—Para evitar grietas en la familia, yo asumiré la presidencia.

Elizabeth frunce el ceño, como si quisiera imponer orden en medio del caos:

—Convocaré una reunión urgente de personal mañana a primera hora. Nicholas dará la rueda de prensa, sin dar detalles.

—Lo organizo ahora con mi secretaria —responde Nicholas, tamborileando los dedos sobre la mesa, inquieto, mirando de reojo a todos.

Mi madre gira la mirada hacia mí, fija, implacable, como si pudiera leerme el pensamiento:

—Alexander, prepárate para viajar de inmediato a Mónaco. Necesitamos saber qué pasó con el yate y si tu padre sigue vivo.

Siento que el aire se me corta. El pecho se me aprieta. No puedo ir. Serían semanas sin Claire, sin poder estar a su lado. Cada músculo de mi cuerpo protesta.

—Mamá… no puedo viajar tan de repente —digo, tratando de mantener la firmeza en la voz—. Tengo compromisos programados.

Ella se inclina apenas hacia mí, sus ojos cuchillos atravesándome:

—Se trata de tu padre. Todo lo demás puede esperar. ¿O hay alguna otra razón para negarte?

Trago saliva, consciente de que ninguna excusa será suficiente. Mi corazón late desbocado. Claire no está aquí, y mi familia me necesita. Estoy atrapado entre dos mundos, y no sé cómo salvarlos a ambos.

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