Inicio / Romance / Sombras de Poder / Entre secretos y ambición (1era. Parte)
Entre secretos y ambición (1era. Parte)

Tres días después

New York

Claire

Cada palabra con mi padre debía ser medida, precisa, y sobre todo no despertar sospechas sobre mi verdadero interés en el accidente de Edward Harrington. Y sí, mi relación con Alexander debía permanecer como un secreto bien guardado, enterrado bajo mil candados, protegida de la guerra silenciosa entre nuestras familias.

Después de un largo silencio, rompí el aire con mi voz:

—No es curiosidad, papá —dije con calma, cruzando las piernas—, sino prudencia. Todo lo relacionado con los Harrington nos afecta, de una forma u otra. El accidente de Edward cambia el panorama de nuestras empresas.

Mi padre exhaló una nube de humo, observándome con ese semblante impenetrable que siempre me intimidaba.

—Por eso te repito —respondió con voz grave—, nada gano con su accidente. Al contrario, tendré de nuevo a los acreedores respirándome en el cuello.

—Lo dudo, padre —repliqué, sosteniéndole la mirada—. A estas alturas seguro estás presionando para cerrar la negociación con los Harrington.

Él soltó una risa breve, seca.

—Ya hablé con mis abogados para presionarlos, pero aún no sé quién asumirá la presidencia. —Dio una calada lenta al habano y masculló con ironía—. Espero que no sea la bruja de Victoria.

El humo se elevó en espirales sobre la mesa de mármol.

—¿Y dónde será la reunión? —pregunté con aparente desinterés, arqueando una ceja—. ¿Ya averiguaste?

Él se giró hacia mí, con una sonrisa ladeada.

—¿Acaso piensas acompañarme a las oficinas de los Harrington? —soltó burlón—. ¿Quieres ver mi decapitación en primera fila?

—Simple curiosidad, papá. Nada más —respondí, conteniendo el impulso de rodar los ojos.

Por un instante, el silencio nos envolvió. No me gustaba el panorama, ni la idea de que esa reunión se diera en las oficinas de los Harrington. Me exponía a sus sospechas… y a la posibilidad de que Victoria descubriera quién era realmente. Pero ya estaba dentro del juego. Y en esta familia, retroceder nunca fue una opción.

Esa misma noche, Alexander me llamó. Por un segundo pensé que sería para vernos, pero bastó escuchar su voz apagada para entender que algo inquietante se avecinaba. Al fondo se oía el ruido metálico de motores encendiéndose, el eco distante de pasos, y una ráfaga de viento que se colaba por el auricular.

—Hola, Claire… —su voz sonaba tensa, con un cansancio que no le conocía—. Las cosas se complicaron.

Me enderecé en la cama, el corazón golpeando con fuerza.

—Alexander, por favor, sin rodeos. Sea lo que sea, lo resolveremos juntos.

Hubo un silencio. Después, un ruido seco, quizás una puerta cerrándose.

—No esta vez. Estoy en el hangar, a punto de partir a Mónaco.

Tragué saliva, buscando aire.

—Ah… entiendo. Viajas por el accidente de tu padre. ¿Has sabido algo nuevo?

—Nada todavía —dijo entre el sonido de una hélice que comenzaba a girar—. No tengo idea de cuándo podré regresar.

—Alexander, lo importante ahora es que conozcas la verdad. Saber si tu padre… sigue con vida —dije, intentando mantener firme la voz.

—Lo sé —respondió con un suspiro—. Pero me costará estar lejos de ti. No tengo idea de cómo voy a soportarlo. El único consuelo que tengo… eres tú.

Cerré los ojos, apretando el teléfono contra el oído.

—Llámame cuando llegues, ¿sí? Y trata de no desmoronarte.

—Lo intentaré, Claire. —Su voz bajó, apenas un susurro—. Nos vemos.

El ruido creció de golpe, y la línea quedó muda.

Alexander se marchó a Mónaco. Pero el caos aquí apenas empieza. Desde que puse un pie en el piso de presidencia, los teléfonos no paran de sonar. Los empleados van y vienen por los pasillos como si el edificio ardiera. Las especulaciones sobre el accidente de Edward Harrington se multiplican. Y, aun así, nada resulta tan agotador como soportar los gritos de Elizabeth exigiendo ubicar a cada cliente. Por suerte, no trabajo directamente con ella. De quien no puedo escapar… es de Victoria.

Golpeo suavemente la puerta de su oficina antes de entrar.

—Permiso —digo, dejando una carpeta sobre su escritorio—. Los reportes que solicitó, señora Harrington.

Victoria levanta la vista del monitor, y su mirada —precisa, calculada— me atraviesa.

—Claire, no te retires todavía. Falta el cierre del semestre del departamento de Marketing.

—Ya lo envié a su correo personal —respondo con calma—. Solo incluí las proyecciones de los fondos, pero el resto de los productos también está adjunto, por si desea revisarlos.

Asiente, sin apartar los ojos de mí.

—Haces bien tu trabajo —dice despacio, entrelazando los dedos sobre el escritorio—. Siempre estás un paso adelante. Eso es bueno para la empresa… y, claro, para ganarte un ascenso.

Su tono suena amable, pero hay algo en la forma en que sonríe que me pone en alerta.

—Pero —añade, inclinándose apenas hacia adelante—, la eficiencia tiene un precio. Dejas el edificio tarde casi todos los días. —Sus ojos se detienen en los míos—. Espero no estar perjudicando tu vida íntima.

Mi respiración se interrumpe por un segundo.

—Señora Harrington…

—Victoria —corrige sin adornos, apoyando el mentón en la mano—. Prefiero que me hables así.

—Victoria —repito, cuidando cada palabra—, lo único que debería preocuparle es mi desempeño profesional, no mi vida privada.

Ella sonríe, apenas. Una sonrisa fina, que no alcanza a sus ojos.

—Aprecio la honestidad —dice con suavidad—, pero me gusta conocer a mis empleados. Y de ti sé muy poco.

Deja caer la pluma sobre el escritorio, como si marcara un compás invisible.

—¿Qué hace alguien como tú siendo una simple asistente? —pregunta, ladeando la cabeza—. ¿Por qué no aspiras a algo más?

El aire en la oficina se espesa. Su voz es tan educada como un golpe bien dado.

Y entiendo que la pregunta no busca respuesta. Busca medir hasta dónde puede empujarme.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP