Capítulo Treinta

— ¡Oh, demonios! ¿En serio estas aquí? —Suelto los zapatos que sostenía en mi otra mano y me tapo la boca—. ¡Eres tú! —Sonrió y luego muestro gesto de confusión—. Pero, ¿de dónde saliste?

Kenneth sonríe travieso y mira donde nuestras manos continúan unidas.

—Te dije que cualquier cosa que quisieras yo podía cumplirlo —me guiña y ojo, lo que provoca que me sonroje furiosamente—. Querías verme y aquí estoy, muñeca —tira de mi mano y me pega contra su pecho; me observa fijamente, sus ojos grises lucen hipnóticos bajo el reflejo de los últimos rayos del sol—. Pero, no pareces muy emocionada.

Mi mano abierta ahora está contra su pecho, muy cerca de su corazón y casi puedo jurar que palpita acelerado. Lleva puesta una gorra negra sobre su cabeza pero algunos mechones oscuros escapan de ella, lo miro de igual forma que él a mí, con mucha fijeza e intensidad, gracias a mi estatura estamos casi al mismo nivel.

Le sonrió.

—Aunque debo admitir que me parece demasiado extraño encontrarte aquí —em
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