El rostro de Alma se volvió carmín, intentó negarlo, pero su rostro la delató.
—No vayas a hacer nada —suplicó—, por favor, yo no quiero saber nada de él, no lo necesito.
Los músculos del rostro de Alejandro se tensaron, dejó a un lado el peluche que le trajo a su hermana y se puso de pie y caminó hasta la ventana intentando contenerse. Inhaló y exhaló un par de veces.
—Es un cobarde —gruñó—, además faltó a nuestra amistad, no se lo voy a perdonar jamás —bramó, y antes de que Alma pudiera detenerlo salió desaforado de la habitación de su hermana.
—¡Alex! —gritó Alma, y hasta que ella fuera tras de él, Alejandro bajo corriendo las escaleras y lanzó la puerta con fuerza. —¡No! —exclamó la chica, y se sentó a llorar en una de las gradas.
El joven Vidal encendió su Lamborghini y pisó el acelerador hasta el fondo, no pensaba en otra cosa que romperle la cara al traicionero de su amigo. Recordaba la mirada llena de decepción y tristeza de su alma y su corazón se fragmentaba.
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