Juguemos a perder
—Sé que te vi —susurra Violetta sin aliento ni ganas de fingir, quemándose bajo la mirada inflexible de este hombre que se niega a salir de su cabeza—. Sé muy bien que estuviste conmigo esa noche, Dante.

Él hace un ruido perezoso con la garganta, balanceándose en torno a ella.

—Eso es absurdo.

—No lo es.

—Oh, sí lo es, princesa.

Eso debería arder como un cuchillo, no como una caricia.

—Dame una buena razón para creer que es absurdo.

Su mandíbula cincelada, con el más mínimo rastrojo de barba, se flexiona.

—Tal vez te suene lógico que yo no tengo tiempo para perseguir a una niña como tú.

La indignación burbujea en sus venas, caliente e irracional. Casi se rinde ante la urgencia de retroceder, esconderse y negarle la satisfacción. Pero sus pies están encadenados, justo aquí, justo ahora.

—Pues seguro hiciste tiempo para aparecerte esa noche en el mismo club al que yo asistí.

—¿Asumes que yo te estaba siguiendo? —se burla Dante con un filo mordaz.

—Entonces admites que estuvis
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