Después de pasar un rato agradable con las dos jovencitas llevé a Nelinda hasta su casa, parqueando a una distancia prudencial de la vivienda. Quería alejarme de situaciones estresantes, pero la joven tenía otros planes.
  - Eli pasa, así saludas a mamá y a Adrián - dijo con un gesto de súplica.
  - ¿Y tu hermano? - pregunté inquieta.
  - A esta hora no está en la casa - respondió con seguridad.
  En el fondo, moría de ganas por ver al pequeño y a Amara y seguí a la rubia hasta el vestíbulo de la vivienda. El niño corrió a mi encuentro con una alegría sincera que me hizo sentir especial, con él mis instintos maternos se activaban, sufriendo además la separación que me imponían las nuevas circunstancias.
  - Cariño - dijo Amara quien se incorporó al vestíbulo por los gritos del Infante - ¿Cómo has estado?
  - Tratando de sanar - contesté sincera - y, aunque es difícil, lo voy a conseguir.
  Asintió dolida y avergonzada.
  - Yo aún tengo esperanzas - susurró - esa mujer me intranquiliza