El delicioso olor del café me despertó. Miré el reloj y supe que esa mañana no habría ninguna sesión de footing por el punte de Waterloo. Entré en la cocina tapándome los ojos con el brazo.
-Justo como a ti te gusta, Bree, dulce y cremoso -mi en teoría compañera de piso y querida amiga Gabrielle deslizó la taza en mi dirección con una expresión en la cara muy fácil de leer: Ya estás soltando por esa boquita, maja, que no te voy a hacer daño.
Adoro a Gaby pero todo este lío con Elliot me había desbaratado tanto que lo único que quería era borrar su existencia de la faz de la tierra y fingir que nunca había ocurrido.
Alargué la mano para coger la humeante taza e inhalé su delicioso aroma. Me recordaba a él por alguna razón y sentí una fuerte punzada en el estómago. Me senté frente a la barra de la cocina y me abalancé sobre mi taza de café como una gallina protegiendo a su polluelo. Mientas me colocaba en el taburete, las molestias que sentía entre las piernas me sirvieron como otro