—Los vestidos de dama de honor —dijo Nan con una sonrisa satisfecha—. Pensé en algo no tan llamativo para no quitarle protagonismo a la novia. Es sencillo, cómodo y...
—No va a funcionar —la interrumpió Irene, frunciendo el ceño—. Esta es una boda Landry, así que la gente espera grandeza, brillo, lujo. No podemos usar algo tan mediocre como esto. Mejor déjame encargarme de los vestidos, y tú te ocupas del menú.
Nan torció la boca.
—Soy la dama de honor. ¿No debería encargarme de estas cosas? —preguntó.
—Enfócate en lo que sabes hacer, y yo me enfocaré en lo que yo sé hacer —respondió Irene mientras hojeaba las imágenes—. Esto nunca va a servir, nos veríamos comunes y corrientes. Es un no rotundo.
Nan puso los ojos en blanco.
—Está bien, lo que sea —murmuró—. ¿Ya decidiste el sabor del pastel?
Negué con la cabeza. —No estoy muy segura, ¿qué te parecieron los que probamos el otro día?
—Yo amé el de limón —dijo Nan, encogiéndose de hombros.
Irene arrugó la nariz.
—Guácala. Tú eres la únic