—Por cierto, ¿dónde está Emalyn? —pregunté, mirando a mi alrededor.
—Contratamos a una niñera —dijo Nan, con un leve rubor en las mejillas—. No quería seguir molestando a tus padres, así que contratamos a una chica joven que cuida a la niña unas horas después de la escuela, y durante el día, la inscribí en la guardería para que podamos trabajar sin preocuparnos.
Asentí, sabía que era algo en lo que también tendría que pensar cuando naciera mi hijo. Puse las manos sobre mi vientre por centésima vez en el día.
La mirada de Nan se suavizó, igual que su sonrisa. —¿Cómo está nuestro futuro Alfa?
Sonreí, sintiendo la calidez surgir en mi pecho.
—Activo —respondí—. Va a ser fuerte, como su padre.
Nan soltó una risa breve.
—No lo dudo —dijo, observándome un instante—. ¿Te sientes mejor? Pareces más tranquila.
Me encogí de hombros. —Sí, hablar contigo siempre me ayuda. Gracias por estar aquí.
—Siempre —respondió, rodeándome los hombros con un brazo y acercándome a ella—. Para eso estamos las me