Capítulo 3

Capítulo 3

Todos los invitados quedaron en silencio, mientras veían a la rubia holandesa correr hacia sus padres. Su rostro se tornó rojizo, quizás al ver la actitud extraña de mi jefe para con ella. El presidente de la compañía con la que había firmado Maxwell Electronic, apresuró sus pasos hasta llegar delante de la madre de Damián.

—¿Qué fue eso?, ¿por qué mi hija está llorando?—Vociferó el anciano hombre con una voz potente que resonó en todo el lugar—, ¡Responda!

La mujer de cabello grisáceo me miró y negué—. Lo lamento mucho, no tengo palabras para expresar mi vergüenza, ¿podemos arreglar esto a puertas cerradas?—La madre de mi jefe echó un vistazo a sus invitados, quienes no dejaban de verla.

—Mi hija está llorando y no quiere hablar, le diré algo…—Nohora dio una seña para que empezáramos a despedir a los miembros de su familia y amigos cercanos—, si Damián no se casa con mi hija, haré que me paguen todo el maldito dinero que invertí en ustedes, sabes lo que eso significa, ¿Verdad?

La mandíbula de la anciana tembló.—La quiebra de mi empresa y la ruina de mi familia…—Me paralicé al percatarme de la gravedad del asunto.

La familia Maxwell estaba bajo el poder de los Bakker. Mauricio, el abogado y amigo cercano de Damián se acercó a mí con algo de cautela.

—Hay que encontrar al señor Maxwell antes de que la prensa se entere de esto, ¿Sabes dónde puede estar?

Apreté entre mis dientes mi labio inferior, intentando recordar donde podría esconderse el dueño de la empresa para la cual trabajo,—¿Sabes lo que sucedió?—él negó y maldije por lo bajo. El pelinegro jamás había tenido una episodio tan drástico como este. Quizás haya sido el estrés de pensar que podía perder su compañía, el compromiso que por obvias razones no quería o tal ves la falta de sueño lo llevaron hasta el límite.

—La familia estará acabada  si Damián no se casa con la heredera Bekker…—Inhalé aire con fuerza—, oh, se me olvidó decirte, el señor Maxwell retiró tu demanda cinco minutos después de que te fuiste hoy de la empresa.

Levanté la mirada mientras intentaba descifrar sus palabras,—¿Qué?

—Dijo que sólo quería asustarte y que de hecho, jamás quiso que pagaras algo que por obvias razones era culpa de él…—Negué mientras mis ojos se abrían por el asombro, ¡Imposible! Damián Maxwell no es ese tipo de hombres que se preocupan por el bienestar de otras personas.

—Quizás esté en el hotel Montecristo…—fue lo único que dije, ya que habían demasiadas cosas dentro de mi cabeza. ¿Por qué me humilló sabiendo que era inocente?, bufé para mí misma al recordar lo bastardo que podría llegar a ser mi jefe. Mauricio manejó su coche conmigo de copiloto hasta llegar al enorme edificio en donde podría estar nuestro jefe.

Suspiré hondo y tomé la mano del abogado al verle sus intenciones de bajarse del coche. —Déjame ir a mí primero…—Agregué buscando mi teléfono—, quizás esté con una mujer, sabes que soy la única que permitiría entrar en su habitación,—sus ojos se entrecerraron—. Lo he hecho antes, cuando necesita algo y debo correr hasta él para cumplir sus órdenes, no te preocupes…

El castaño asintió y respiré antes de adentrarme al lugar; los trabajadores que me reconocían porque todos los días llegaba con una mujer diferente a sus instalaciones, me hicieron una pequeña reverencia mientras que un par de empleados me mostraba el camino hacia la habitación diez treinta en donde mi jefe siempre procuraba ocupar.

Caminé un par de pasos más hasta llegar frente a frente a la habitación, pero me detuve al oír un ruido sonoro dentro. Agarré la tarjeta de acceso, intentando despejar mi mente, pero otro ruido grotesco me obligó a abrir la puerta con demasiada violencia, más sin embargo me arrepentí rápidamente al ver una mujer desnuda tomando sus cosas que se hallaban tiradas en el suelo y con una cara de enojo, que hasta a mí me hizo estremecer y sin más, desapareció sin decir nada.

—¡¡Mierda!!,—gritó con fuerza Damián, tirando contra las paredes los objetos que reposaban sobre un nochero al lado de la cama en donde se encontraba sentado y medio desnudo—¡¿Qué me pasa?!—Sus ojos se abrieron mientras que sus manos tiraron con violencia y salvajismo las hebras negras de su cabello—¡Maldición!, ¡Maldición!—corrí hasta él para sacar su tarro de calmantes y darle algunos para tranquilizarlo.

Por el trauma de la muerte de su hermano mayor, Damián fue diagnosticado con «Estrés postraumático» y sigue siendo vigilado por especialistas que intentan mantenerlo estable; por eso siempre intento tener su medicamento a la mano por si algo como esto se llegase a presentar en cualquier momento y aunque teníamos meses sin presentar un episodio como este, al menos hemos mejorado mucho para lo que era Damián antes de empezar su tratamiento.

—¿Qué haces aquí?—Su rostro estaba cubierto por una capa de sudor, —¡No puedo dormir!—gritó tan fuerte que las venas de su garganta comenzaron anotarse—, ¿Qué hago Amelia?—Damián mordió la uña de su dedo índice.

—¿Llamo a Carmen Electra?—sus ojos se abrieron con exageración—, ¿Rosaura?, ¿Ester?, ¿Xiana?

Negó—Dame pastillas para dormir…—Asentí sacando una tableta de medicamento del cajón del nochero. Mi jefe agarró rápidamente un vaso de agua y se las tragó sin pensarlo mucho.—Ya te puedes ir, voy a estar bien…

—¿Está seguro, señor?—todo su cuerpo estaba temblando, sus labios se hallaban pálidos y las ojeras de su rostro se veían visiblemente más oscuras de lo normal. —¿Quiere que llame a su psiquiatra?

Negó—Saca una cita con mi médico para mañana a primera hora…—Agarré mi teléfono y envié un mensaje de texto a la clínica para apartar una cita para el señor Maxwell.—Vez a casa ahora, quiero descansar…

Al salir el hotel, Mauricio seguía en su coche esperándome. Miré una vez más hacia el edificio, Damián jamás había tenido un episodio tan fuerte como él de hoy en muchos años, pero solo deseaba que todo mejorara para él a la mañana siguiente.

—¿Cómo está?

Guardé silencio por un par de segundo.

—No lo sé, no me dijo que detonó el episodio de ansiedad, ¿crees que haya sido su compromiso?

—Quizás… ¿En donde queda tu casa?—, preguntó el castaño obligándome a mirarle rápidamente—. Tus papás se llevaron tu coche, y ya es demasiado tarde para que estés sola en la calle.

—Oh…—Pronuncié mirando mis manos—West Village…—Mauricio sonrió ampliamente para luego comenzar a conducir.

—¿Vives desde hace mucho allí?

Mis piernas se movieron con algo de incomodidad; jamás había establecido una conversación tan larga con el abogado personal de mi jefe. Es más, casi nunca teníamos que saludarnos en la oficina y estar aquí, dentro de su carro, hablando de mi vida, es un poco raro.

—Vivo en ese vecindario desde hacía un año, el señor Maxwell dijo que debía conseguir un apartamento que quedara cerca de la compañía…

El castaño apretó el volante por un momento, mientras que con su mano libre tocaba libremente su mentón. Un suspiro hondo le obligó a bajar por un instante sus hombros.

—¿Vives sola?—, Mauricio me miró fugazmente para acto seguido volver a prestarle atención al camino.

—Oh…

—Si te sientes incomoda puedes ignorar mi pregunta.—Pronunció esbozando una enorme sonrisa algo rígida para mi gusto.

—No, no, está bien,—el ambiente estaba demasiado tenso—. Vivo sola allí…

—¿De verdad?

Sus ojos se iluminaron.

—No estás preguntando esto porque me vayas a matar, ¿verdad?

Su sonrisa se esfumó.

—¿Tengo cara de psicópata?

Mauricio frenó su coche de golpe.

—Yo…—Mordí mi labio inferior.

—Estoy bromeando…—El castaño empezó a reír a carcajadas sonoras que llenaron el silencioso lugar—. Hemos llegado.

Señaló mi edificio por la ventanilla del copiloto y no dudé en tomar mis cosas y salir huyendo de allí.

Subí las escaleras que daba hacia mi apartamento, pero me detuve al ver a través del cristal de la enorme ventana de mi conjunto residencial, a Mauricio, apoyando en el capó de su coche mientras tomaba un par de fotografías con su móvil del lugar en donde yo vivía.

No pude más y corrí hacia mi hogar y cerré las puertas con seguro.

¡¿Qué carajos había sido eso?!

(***)

La alarma de mi teléfono empieza a sonar y maldigo al darme cuenta que ya amaneció. Desde el día sábado no tenía noticias del señor Maxwell, mientras que el domingo salí con las chicas a divertirme un poco.

Mis pies desnudos tocaron los azulejos fríos de mi habitación, mientras que caminé hacia el baño para cepillarme los dientes. Miré el calendario que se encontraba colgado en la puerta de madera del cuarto de lavabos y sonreí al percatarme que hoy es la fecha para la entrega del nuevo proyecto de la compañía y en donde mi jefe me dejó participar.

Tomé un poco de café y alisté mis cosas antes de salir de casa. Como es lunes, el trafico en la mañana de New York estaba vuelto un caos, pero gracias al cielo no tardé mucho en llegar a mi oficina.

Algunos empleados apenas me vieron llegar, comenzaron a murmurar cosas a mis espaldas, más sin embargo quise ignorarlos por completo, aunque el ambiente estaba un poco raro.

Las personas me quedaban viendo de más y lo entendí todo al llegar a mi piso. Todos estaban corriendo de un lado hacia otro, mientras Damián Maxwell gritaba como un demente.

Andrea abrió los ojos para que me regresara hacia el elevador, pero mis piernas no me lo permitieron.

—¡¿A que hora llega Amelia Stewart?!—Hubo un silencio hasta que los ojos de Damián se posaron sobre los míos.

Mi corazón comenzó a latir desbordado dentro de mi pecho.

—¡A mi oficina!—Vociferó demandante—, ¡Ahora!

Cerré la puerta detrás de mí.

—¡Debes hacerte responsable de tus actos, Amelia!—La voz fuerte y resonante de mi jefe golpeó con fuerza mis oídos, logrando que mis piernas se desestabilizaran un poco—, ¿Sabes todo lo que he tenido que pasar por tu culpa?—gruñó para luego golpear con fuerza su escritorio. Las fosas nasales de su nariz se hallaban anchas por la ira que quizás sentía en ese momento. Mi garganta se encontraba seca y aunque no entendía a ciencia cierta que era lo que estaba sucediendo no era capaz de responderle algo.

Sus ojos azules me observaron con molestia, el señor Maxwell, aflojó salvaje mente su corbata para luego esbozar una sonrisa algo oscura e intimidante.

—¿Está enojado por qué Carmen Electra ya no quiere verle?—el presidente abrió los ojos con tanta exageración ante mi cuestionamiento, que tuve que retroceder inmediatamente—, señor, yo le juro que intenté convencerla, pero hoy me ha devuelto la propiedad que usted le obsequió y…—Ahogué un grito de terror al verle levantarse de su asiento y correr prácticamente hacia mí.

Sus enormes manos tomaron mis hombros para luego pegar mi espalda contra la pared de su oficina. Mi cabeza empezó a darme vueltas al sentir su respiración tan cerca de mí.

—¿Qué trata de hacer, señor Maxwell?—sus brazos rodearon mi cintura, mientras que los latidos de mi corazón se volvieron desbordados. Había un ambiente extraño que jamás había presenciado en este lugar. Antes de este momento, el señor Maxwell ni siquiera me miraba a la cara, solo me encargaba de cumplir con cada una de sus tareas, (incluyendo aquellas que para ambos solo era un secreto que debía ocultarlo del mundo perfectamente), pero algo se volvió extraño.

Desde hace un par de días, todas las chicas de la lista de mujeres del presidente de la compañía Maxwell Electronic, comenzaron a rechazarlo de la nada, cuando antes, todas se peleaban por un poco de atención por parte del magnate. Algunas secretarias corrieron el rumor que Damián estaba perdiendo sus encantos; y si bien, nuestro jefe seguía siendo ese mismo dios griego que nos enloquecía a todas con su mera presencia.

Y ese que nadie podía negar que esa tez pálida, su cabello lacio negro y bien peinado, sus ojos enormes y cristalinos y esos labios carnosos mezclado con sus brazos fuertes y esa estatura colosal que podría partirte a la mitad en pleno acto inmoral, podría enloquecer a cualquier; a cualquiera menos a mí.

Sí, no podía negar que el Señor Maxwell, es un pedazo de macho que con sólo abrir los ojos podría conseguir a cualquier mujer que el desease, pero… ¡Yo lo odiaba!, había pasado tantas cosas horribles por su culpa y ni hablar de las veces que sus amantes me golpearon por intentar cumplir con sus órdenes: «Stewart, deshazte de ella»

¡Mi jefe era un jodido bastardo que solo miraba a las mujeres como malditos recipientes para deshacerse de su lujuria!, en sus treinta y seis años, jamás se le ha visto salir con alguien, y aunque su madre intentó comprometerlo con la única hija del conglomerado Bibaldi, esto jamás se llevó a cabo.

La chica salió despavorida luego de un día con el magnate, y algunos extraños rumores comenzaron a circular por la empresa. Según algunas empleadas de nuestra compañía, la polla de Damián Maxwell era tan grande, que ahuyentaba cualquier jovencita de sociedad que quisiese establecer una relación con él; y si bien, luego de aquel rumor algo bizarro, muchas mujeres oportunistas y desquiciadas quisieron acercarse a mi jefe. Muerdo mi mejilla interna al recordar todo lo que tuve que hacer para protegerlo de las personas que solo se le acercaban para sacar provecho de él.

—¿Qué trata de decir, señor Maxwell?

Inhalé aire lo más rápido que pude al verle dibujar una línea imaginaria a la altura de mi pecho. Mis piernas se removieron para intentar escapar de él, pero su agarre se volvió mucho más firme,—«¡Espero que al señor Maxwell jamás se le vuelva a parar la polla!»—una corriente eléctrica atravesó mi estómago al oírle pronunciar tales palabras sobre mi oído.—¿Sabes lo que he sufrido por tu culpa?

Tapé mis labios al entenderlo todo, hace tres días estaba tan enojada con el presidente de esta compañía por haberme hecho trabajar hasta tarde, que en un momento de descuido y borrachera con mis amigas, lancé un par de palabras en contra de mi jefe sin darme cuenta que había sido grabada por Carla. Las cosas se habían salido de control y aunque por un error terminé enviándole el video al señor Maxwell, las cosas no habían pasado de más.

Un regaño y una casi demanda por difamación fueron las consecuencias por no medir mis palabras, pero… Pero sin saber que todo lo que dije se volvió real—, ¿No se te para?—Maxwell miró para todos lados mientras me tapaba la boca con agresividad. Sus ojos azules estaban fijos sobre mí, pero, pero algo comenzó a chocar repentinamente contra mi estómago.

Mis ojos bajaron hasta su entrepierna, todo mi cuerpo se tensó al recibir una punzada de dolor que golpeaba con movimientos torpes mi barriga. Mis ojos se devolvieron hacia su rostro y lo escuché rápidamente maldecir.

—Te dije que eras la única que me podía ayudar…

Esperen, no estoy entendiendo nada…

—Creí que no podías tener una erección…—Ataqué mordiendo mi labio inferior.

Maxwell se separó de mí, para luego caminar hacia su escritorio, sus hombros se encorvaron un poco para luego bajar su cabeza y sostener así su frente con amabas manos—. Carmen Electra se fue de mi condominio riéndose de mí, luego de que el poderoso Damián Maxwell, no pudo parar su enorme amigo…—quise reírme, pero no pude hacerlo.—No entendía lo que sucedía, intenté masturbarme, pero no funcionó… Llamé a algunas amigas, pero todas salieron de mi casa entre risas… Me sentí humillado por primera vez en mi vida y fue cuando luego de un día entero sin poder comprender lo que me pasaba, recordé tu video…

—Señor…

Susurré porque sabía que estaba en problemas.

—Encendí la computadora y aunque casi veinte mujeres llegaron a intentar curar mi situación, al solo escuchar tu voz al reproducir el video que por accidente me enviaste, algo sucedió… Mi maldito pene estaba reaccionando, mi maldito pene estaba apuntando dolorosamente hacia ti…

Mis piernas flaquearon.

—¿Qué quiere decir con esto?

—Firma el contrato de exclusividad para mí—, abrí los ojos al escucharlo emitir tales palabras. El contrato era un acuerdo firmado y legal, en donde las partes se comprometían a saciar las necesidades del otro por un bien común. Dinero y sexo. Damián Maxwell siempre estuvo rodeado de modelos tan hermosas que al lado de mí, me hacían sentir miserable y algo humillada.

Mi jefe durante de los cinco años trabajando con él, fue grosero y un completo bastardo conmigo y ahora, ahora él necesitaba de mí.

—No…—Sus ojos se abrieron.

—¿No?—Repitió mis palabras.

—No voy a hacerlo, no voy a tener sexo contigo…

—¿Por qué?—su rostro palideció entre tanto su piel se volvió brillante por el sudor que comenzó a deslizarse por su piel.—Te daré cualquier cosa que me pidas si logras curarme, ¡Además esto es tu culpa!, ¿Qué harás si decido demandarte?

Mis pies de movieron, acababa de comprar un apartamento luego de la ruptura traumática que tuve con mi novio de cinco años, las cosas no estaba yendo bien para mí luego de eso.—¿Estás intentando orillarme a esto?

Lo sabía, Damián es capaz de hacer cualquier cosa para obtener lo que quiere, sus ojos se abrieron al darse cuenta que me tenía en su territorio.

—Escuché que tu hermano menor entró a la universidad…

¡Maldito!

—¿Qué tratas de hacer?

—Soy un beneficiario de esa universidad, sería una lástima que los logros de tu hermano desaparecieran al rechazarlo repentinamente…

¡Bastardo!

—¿Sigues usando el sexo para poder dormir?

Damián cerró la boca de golpe.

—¿Cómo sabes eso?

Sonreí porque ahora estaba en mi territorio.

—He cubierto tu m****a por cuatro años, sé que tomas medicamentos para dormir, pero nada funciona… Es por eso que tienes sexo hasta cansarte… Eres así desde que tuviste el accidente donde tu hermano murió, ¿verdad?, Te sientes culpable por la muerte de tu hermano mayor…

Damián tiró con fuerza las cosas de su escritorio, alguien tocó la puerta de su oficina, pero terminó marchándose al escuchar las maldiciones por parte del presidente de esta compañía.

—¿Qué es lo que quieres?—Preguntó chocando su espalda contra el espaldar de su silla giratoria.

—Voy a aceptar con una condición…

—¿Cuál?—Sus manos tocaron el borde de su escritorio algo ansioso por mi respuesta.

—No puedes enamorarte de mí…

¡Voy a tener sexo todos los días con mi jefe!

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