Después de colgar la llamada, llamo a la recepción y pido que me suban el desayuno. Aprovecho la oportunidad y me doy una ducha rápida. Veinte minutos después, salgo del baño y regreso a la habitación.
Me pongo un vestido veraniego y saco mi computadora personal del maletín para aprovechar el tiempo trabajando. La coloco sobre la mesa y abro mi correo para revisar los mensajes y meterme de lleno al trabajo. Mientras respondo algunos mensajes, oigo un par de toques a la puerta.
Me levanto de la silla y camino hacia la entrada.
―Buenos días ―me indica el camarero―. Traigo su desayuno.
Abro la puerta para que entre y deje toso sobre la mesa. Me acerco al mueble y saco de mi cartera la propina y se la entrego, antes de que abandone la habitación. Mi estómago cruje del hambre.
Vuelvo a la silla y devoro todo el desayuno en cuestión de pocos minutos. Con el vaso de jugo de naranja en la mano, me acerco al balcón y quedo fascinada con el hermoso día soleado que está haciendo y con lo azul qu