—¿Todo anda bien? —preguntó confundido.
—Sí, porque no debería —dice acercándose a mí hasta llegar a estar a pocos centímetros de mí y colocando sus manos en mi pecho.
—Te recuerdo que estos días has estado evitándome como si yo fuera la peste —le recordó, mirándola con seriedad.
—Ah, te refieres a eso —mencionó—. Solo estaba muy confundida y comprendí que no debía negarme a lo que es más que evidente.
Sus palabras suenan como una invitación tan evidente, sonrió, y es que, desde que vi a mi linda Mía, he querido estar con ella. Sin embargo, tengo la duda de que algo pasó en estas horas; no soy tan tonto para creer en eso. No obstante, si ella quiere jugar, entonces juguemos.
—¿Y a qué te refieres con evidente? —indagó con malicia, aunque dentro de mí sé qué es.
—Me refiero a esto —mete sus manos dentro de mi pecho, jugando con algunos vellos de esa zona, bajando poco a poco, abriendo cada uno de los botones de mi camisa hasta dejar mi torso al descubierto.
Ella continúa