Seduciendo a ese alfa
Seduciendo a ese alfa
Por: Mary Ishakov ❤️
Preludio

Sonreí nerviosa al ver los exámenes que tenía en la mano. Aquello debía que ser una broma y una de las más crueles preparada por el destino. Salí del consultorio mientras guardaba los papeles que me habían dado en el hospital. Ser omega en estos dorados tiempos era como tener alguna enfermedad de la cual no tenía cura. Este mundo yace divido por tres clases sociales. Los alfa, quienes son los amo y señores de este planeta. Los alfa son los “más inteligentes”, con mejores condiciones físicas y los que pueden mandar por encima de un omega o un beta. Los beta son los “normales”, ellos nacen como cualquier persona común y corriente, solo con la gran diferencia de que ellos no pueden fecundar, a excepción de algunos. Después está el estrato más bajo de la sociedad: los omega, quienes son los más débiles, ingenuos y los sumisos. Los omega y alfas pasan por algo llamado celo. El celo es cuando tu cuerpo desprende feromonas que solo los alfa y los otros omegas pueden sentir; los síntomas del celo consisten en grandes fiebres y necesidad de tener a tu “alfa” dándote amor. Cuando pasa eso, se da lo que es la marca. ¿Y qué es una marca? Es la unión entre el alfa y el omega para toda la vida, ya que a través de la marca la otra persona puede sentir las emociones de su pareja. Cuando un alfa rechaza la marca, el omega muere o queda infértil.

Y ahora yo entré a ese status más bajo. Me habían diagnosticado como omega y lo mejor de todo es que no era una omega cualquiera, era una omega recesiva. Es decir, no podía quedar embarazada fácilmente y no desprendía feromonas, así que también me podían confundir con una beta. Sin embargo, a pesar de que me considerara lo peor de lo peor, le iba a demostrar mi inteligencia y de lo que soy capaz de hacer.

—¡Nos echaron del apartamento! —habló mi mejor amiga al borde de un colapso nervioso.

Silvia mordió sus labios mientras acomodaba su uniforme de trabajo.

Silvia era mi mejor amiga, ella era beta, aunque sus dos padres eran alfa. Ella nació de una familia acomodada, pero al enterarse que era una beta más en esta tierra, le habían dado la espalda, así que estuvo deambulando en varias escuelas hasta que la conocí y decidimos vivir juntas.

—¿Por qué nos echaron? Aún faltaba mucho para que pagara los meses que teníamos de retraso. ¿Qué vamos hacer ahora? ¿Dónde vamos a dormir?

Antes de que Silvia respondiera, llegó el manager.

—¿Ya están listas? No quiero que lo arruinen, hoy es un día muy importante, pues el hijo de un gran milmillonario acaba de regresar de Francia y quiere que nada se eche a perder. —Gustavo me observó serio—. Especialmente tú, Hana, que eres la mala suerte andante.

Me encogí de hombro. Salí con Silvia y otros compañeros de trabajos.

Empecé a servir algunos tragos y sentí la presencia imponente de algunos asistentes de la fiesta.

«Deben ser alfa».

Continué con mi trabajo cuando sentí un olor a madera y la lavanda.

Cerré mis ojos, entonces percibí ese aroma acariciar mis fosas nasales. Caminé entre el mar de personas hasta que vi a un hombre vestido de un traje muy elegante, un cuerpo esculpido por los dioses y un semblante serio, sin llegar a lo amargado, sino que a lo arrogante. Este me vio y decidí apartar la vista de inmediato. Llegué a la barra para dejar algunos bocadillos cuando escuché la risa de mi amiga.

—Él está guapo, ¿verdad?

—¿De qué me estás hablando?

Silvia puso los ojos en blancos.

—Del homenajeado de esta noche y que está guapísimo. Estuve escuchando que vivió muchos años en Europa y viene a hacerse cargo de la empresa de su padre.

Abrí mi boca, con ella formé una o. Tomé la bandeja cuando sentí una mano en mi hombre. Era el manager.

—Ve a dejar esa copa donde están los de allá —señaló donde estaba aquel dios griego—. No hagas quedarme en vergüenza, o estás despedida.

Moví mi cabeza mientras caminaba con las copas de champagne. En eso sentí de nuevo aquel olor, solo que estaba vez mi cuerpo se empezó a sentir extraño; mis piernas me temblaban y mi zona íntima estaba húmeda. «¿Estaré entrando en celo?». Negué con la cabeza porque era imposible. Los presentes tomaron sus respectivas copas mientras sentía la mirada del hombre observarme de arriba hacia abajo. Moví mis piernas, nerviosa, y sonreí para echar a correr hacia los baños. Me eché agua en la cara para refrescarme, pero aún sentía aquella incomodidad en mi cuerpo. En eso escuché cómo la puerta del baño se abría.

Era un hombre de algunos cincuenta años.

Sonreí apenada. No obstante, tomó mi mano y la presionó con fuerza. Se acercó a mí y olió mi cuello.

—¿Eres una omega? —Sonrió con morbo—. Tu olor a celo está muy delicioso.

—¡Suéltame! —chillé nerviosa.

—Descuida, mi amor, te haré sentir bien. —Besó mi cuello.

Entretanto, intentaba soltarme de su agarre.

Sentí una mano en mi cintura y una presencia fuerte en el ambiente, esto me hizo jadear.

—¡No toques a mi omega! —gruñó con su voz de alfa.

El sujeto salió del baño.

Me restregué en el cuerpo del recién llegado, quien solo sonrió y olió sin descaro alguno mi cuello.

—¿Cómo te llamas, omega?

—Hana —respondí en un susurro.

Sonrió y besó mi boca con una pasión desenfrenada. Tocó mi trasero sin vergüenza algunas y gemí en medio del beso. Me separé de sus labios.

Volvió a esbozar una sonrisa.

—¿Cuál es tu nombre? —inquirí en un hilo de voz a causa de la fiebre.

Mordió mi mejilla.

—Eso no importa hoy, solo déjate llevar por mí.

Y así empezó esta singular relación que nos uniría para toda la vida, pero este desastre tiene un comienzo.

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