95. El sabor del miedo
No registró el disparo hasta que su pierna cedió. El fuego estalló en su cadera como un golpe seco. Nathan le había advertido que sería así, pero nada la había preparado para el dolor abrasador.
El mundo se tambaleó. No podía rendirse al dolor. No todavía. Tenía que seguir moviéndose. Ella apretó los dientes, obligándose a mantener el ritmo, pero cada paso era un castigo. El maletín con los tres millones pesaba cada vez más.
—¡Muévanse! —gritó, reconociendo los callejones que Mario le había mostrado la noche anterior. La ruta de escape era un laberinto diseñado para perder a la policía.
Las sirenas sonaban demasiado cerca. Su pierna ardía con cada paso mientras se internaban en la red de pasajes industriales. El sudor comenzaba a empapar su uniforme y su labio partido palpitaba con cada respiración agitada.
Walter jadeó detrás de ella antes de sujetarla contra su pecho.
—¿Qué demonios...?
—Cállate —gruñó, arrebatándole el maletín—. Incluso cojo, sigo siendo más rápido.
Isabella inten