Nathan descendió las escaleras, absorto en sus siguientes movimientos, y no advirtió la presencia de James hasta que estuvo frente a él, en el vestíbulo principal.—¿Qué averiguaste? —preguntó su padre, sin preámbulos.—El maldito parece haberse esfumado, pero Gallagher se enteró de mi visita y dijo que, para él, el tema estaba cerrado —respondió Nathan—. En cuanto a Isabella…James asintió, ajustando los gemelos de su camisa con esa precisión meticulosa que Nathan conocía demasiado bien. —Demasiados cabos sueltos —musitó con calma—. Lo de tu chica… ya tiene solución. Amelia aprenderá de su error.Nathan permaneció en silencio. Había aprendido desde niño que su padre nunca iniciaba una conversación sin tener una estrategia definida.—Isabella puede tomarse un descanso mientras se recupera. Richard fue astuto y la despidió. ¿Puedo saber qué le hiciste?—Si le hubiera hecho algo a tu perro faldera ya no respiraría, papá. En cuanto a Isabella, no le pasó nada grave. Saldremos mañana, es
La bodega estaba en penumbra. Solo las luces de seguridad arrojaban destellos amarillentos, distorsionando las sombras. Así era mejor: la oscuridad obligaba a los hombres a mostrar su verdad cuando la luz los alcanzaba.Nathan avanzó entre contenedores hasta el área central. Se quitó la chaqueta, desabrochó el chaleco y comprobó su arma.Los Kingston tenían reglas no escritas sobre estas cosas. Los asuntos personales se resolvían con las manos, pero siempre necesitabas un seguro.El sonido de la puerta de servicio abriéndose rompió el silencio. Pasos firmes se acercaron, demasiado seguros para alguien que sabía lo que le esperaba.Walter emergió de las sombras. Dos horas después de la reunión con los Petrov, su expresión ya era una mezcla de cautela y desafío. Se había deshecho del traje del Ivy; ahora vestía jeans y una camiseta negra. Ropa para pelear.—Llegas tarde —le dijo, sin moverse de su posición.—Tuve que hacer una parada —respondió Walter, deteniéndose a cinco metros de dis
Isabella apagó el motor frente al Centro Comunitario Cristo Redentor y bajó el espejo retrovisor. Logró que el maquillaje disimulara las sombras bajo sus ojos, pero no podía hacer más contra el dolor persistente en su cadera.Solo esperaba que la dosis de analgésicos fuera suficiente para mantenerla de pie durante las próximas horas.Al bajar del vehículo, notó las miradas evaluadoras de varias mujeres en la entrada. Antes, ese escrutinio le habría inquietado; ahora apenas lo notaba.Se ajustó la correa de su bolso, sintiendo el peso familiar de la pistola en su interior. James había sido claro:—En nuestro mundo, la complacencia mata.En otro momento, habría considerado paranoico llevar un arma a un evento benéfico. Ahora era simple prudencia.Al entrar al edificio, enderezó la espalda resistiendo hacer una mueca, pero no podía mostrar ni un indicio de debilidad, porque conocía este mundo donde las apariencias lo eran todo. Los vitrales centenarios filtraban la luz en destellos de c
Isabella empujó la puerta del dormitorio y se detuvo. Nathan estaba frente al espejo, abotonándose una camisa limpia. Sobre la cama había otra, con una mancha carmesí extendiéndose por el costado.Se detuvo en el umbral, estudiando su reflejo. Los músculos de su espalda estaban tensos bajo la tela blanca, y sus movimientos calculados delataban que era consciente de su presencia.—¿A quién tuviste que disciplinar esta vez?Nathan continuó abotonándose sin mirarla, sus dedos moviéndose con precisión estudiada.—Nadie que deba preocuparte.Isabella avanzó hasta quedar a unos pasos de él, ignorando el dolor persistente en su cadera. —Hace tiempo que dejaste de hablar conmigo —su voz era contenida, pero sus ojos desafiaban su reflejo—. ¿Ya no confías en mí?Nathan se giró con lentitud, sus movimientos calculados como si midiera el peso de cada palabra antes de hablar.—¿Tienes cara para preguntarlo? —su voz estaba impregnada de desprecio—. Cada vez que salgo de viaje, parece que aprovecha
La mano helada de Isabella se posó sobre la suya. Notó su rostro angustiado, pero no respondió al gesto. No podía. Tampoco se apartó, pero si se aferraba a ella, si permitía que el calor de su piel lo anclara en ese momento, la máscara se resquebrajaría y no sabría cómo afrontar que el mundo que creía conocer se desmoronara pieza por pieza.Nathan mantuvo la mirada fija en la firma de su padre en uno de los documentos. Las pruebas eran irrefutables: el sanguinario e implacable Walter, moldeado a su antojo por James, era su hermano.El aire en el reservado se espesaba con cada segundo. Sentía la presencia de Isabella junto a él, su cuerpo atrapado en una quietud forzada.No lo presionaría, pero su sola presencia bastaba para recordarle que ella también asimilaba la verdad. La observó por el rabillo del ojo y su perfil sereno ocultaba la tormenta que él sabía se agitaba bajo la superficie.Alzó la mirada hacia el hombre que les había arrojado esa verdad a los pies. Los observaba con la
Isabella acomodó su cabello y observó su reflejo. La mujer en el espejo tenía la mirada afilada y la postura de quien había aprendido a dominar su destino. Ya no era la sombra que alguna vez fue.Nathan entró en la habitación con la piel perlada de sudor tras entrenar. Cada movimiento tensaba sus músculos, atrayendo su mirada como un imánÉl se acercó por detrás y la abrazó, buscando el contacto físico que había reemplazado las palabras en los últimos días.Disfrutó de su cercanía y el calor de su cuerpo más que nunca. Sin embargo, esta mañana parecía que Nathan deseaba algo más. Susurró en su oído con voz ronca:—Verte así me provoca corromperte.Ella contuvo una risita, pero respondió con un tono desafiante:—Atrévete a decir ese tipo de cosas en el bazar.Nathan sonrió y acercó sus labios al cuello de Isabella.—Buscaré el momento para llevarte hasta la sacristía para que alabe mi nombre.Isabella lo empujó hacia el baño con una sonrisa.—Deja de blasfemar y apresúrate.En ese mome
Isabella se unió al grupo de mujeres que organizaban la mesa de donaciones, manteniendo una sonrisa cortés mientras sus ojos escaneaban la multitud en busca de Nathan. Un estremecimiento la atravesó al percibir una mirada intensa. Al voltear, encontró a Walter, recostado contra una columna con los ojos clavados en ella con una intensidad inquietante. Se concentró en el peso del bolso donde llevaba la caja con la gargantilla de diamantes, prefiriendo enfocarse en la batalla que tenía por delante en lugar de pensar en él.—¡El gobernador confirmó su asistencia! —chilló Mona, emocionada—. Y prometió una donación considerable.Isabella asintió distraída, notando cómo Amelia se acercaba desde el otro lado del salón con esa expresión maliciosa que conocía tan bien de sus días en el internado. El aroma dulzón de los pasteles recién horneados flotaba en el aire mientras Amelia, con un movimiento casual, presionó su mano contra la herida de su cadera.Isabella contuvo un jadeo de dolor y se
Nathan apoyó la mano en la espalda baja de Isabella al cruzar el umbral, buscando en su calor una estabilidad ilusoria. Mantuvo la calma, pero su mente ya calculaba cada posible consecuencia del atentado y los movimientos que debía ejecutar a continuación.Walter salió a su encuentro con esa expresión que dejaba claro que tenía respuestas, pero ninguna agradable.—La camarera habló —Walter se pasó la mano por el mentón, un gesto que delataba su propia contención—. Amelia le pagó para darle ese bocadillo a Isabella.La confirmación le heló la sangre y avivó su instinto vengativo.Isabella se tensó bajo su toque y, sin mediar palabra, giró hacia el despacho de James. Nathan la siguió, consciente del peligro que representaba enfrentar a su padre sin una estrategia.James levantó la vista de sus documentos, impasible ante la irrupción.—Probablemente fue un error de esa chica —James agitó su mano, desestimando la situación con indiferencia.Cualquiera habría mostrado miedo o duda ante Jam