134. Lo que nos une
Nathan la dejó en la cama y acomodó las almohadas con precisión, ajeno a su corazón desbocado por culpa de su cercanía y su necedad por llevarla él mismo a la habitación.
—Esto es innecesario —murmuró Isabella, su voz ronca traicionando su nerviosismo, pero también por el sopor que la consumía por culpa de los medicamentos—. Puedo acomodarme sola.
Él continuó su labor sin inmutarse. Alineó los medicamentos en la mesita de noche junto a un vaso de agua y verificó el monitor de presión arterial que Jorge puso en una de las esquinas.
—Las instrucciones del médico fueron claras —respondió—. Reposo absoluto significa exactamente eso.
Isabella respiró hondo. La tensión se acumuló en su nuca al ver el desafío en su mirada, inalterable desde que supieron que su bebé estaba en riesgo y que ella quedaría confinada por lo menos quince días.
La puerta se abrió con un crujido suave y Emma irrumpió en la habitación, su energía infantil contrastando con el pesado ambiente. En sus manos sostenía un