En Italia, Carlo llegaba a casa de sus padres, su madre lo había mandado llamar, acudió por respeto, sabía lo que se proponía su madre y eso le molestaba, solo estaría unos días y regresaría a Estados Unidos, no descansaría hasta encontrar a Mía.
—Bambino has llegado.
—Mamma ¿qué es tan urgente como para hacerme venir?
—Ahora hablamos, primero instálate, ponte guapo y bajas a comer con nosotros, tu padre no tarda en llegar.
—Está bien mamma.
Carlo era un hombre muy apuesto, sus malas maneras eran las que lo hacían intolerable, era alto y bien parecido, su constancia en el ejercicio se notaba a simple vista, unos ojos color miel iluminaban su rostro, por eso le encantaban los ojos de Mía porque eran igual a los de él, una fina barba le daba ese toque rudo que a las chicas encantaba, pero su prepotencia y arrogancia echaban todo a perder.
Cuando bajó, se dio cuenta de que no sería una comida familiar.
—¿Qué es esto?
—Hijo, ven acá, ella es Vittoria, hija de tu padrino Tommasso Nicolo.
D