Capitulo :Errores que marcan el alma
La madrugada era espesa, silenciosa y cargada de un frío que calaba los huesos. Pero Mateo no sentía el clima. Sentía algo peor: el peso de la culpa, del dolor, de los años que no se pueden desandar. No volvió a casa esa noche. Le había avisado a su madre que no se preocupara, que necesitaba despejarse… aunque no dijo dónde iba. No tenía fuerzas para enfrentar a nadie más. Solo una persona podía entender lo que le pasaba.
Álvaro Méndez.
El padrino que había sido más que eso. Una figura paterna, un consejero, un ejemplo… aunque no perfecto. Porque Álvaro también había fallado, y quizás por eso, era el único capaz de comprender lo que él sentía.
Mateo se estacionó frente a la casa. No tocó el timbre. Solo se quedó ahí, dentro del auto, con los ojos vacíos y el corazón hecho trizas. Desde una de las ventanas, Álvaro lo vio. Su figura estaba encorvada sobre el volante, y sus ojos rojos delataban que había llorado.
—Aurora… está Mateo afuera. —dijo Ál