—Gabriel tiene muy buen ojo para juzgar a la gente. Si no hay más remedio, podría presentarte a alguien... —sugirió Carlos.
Ana se sintió incómoda mientras Gabriel captaba la indirecta. Carlos estaba pidiéndole que le presentara pretendientes a Ana. Sin hacer aspavientos, Gabriel se acercó y le quitó el libro de las manos al anciano.
—Carlos, ya es tarde, deberías descansar.
—Gabriel, seguro conoces algunos jóvenes solteros, ¿no? Fíjate quién tenga buena reputación y preséntaselo a Ana —dijo el anciano alegremente.
—Carlos, no hace falta, de verdad que no quiero tener pareja ahora... —se apresuró a decir Ana, avergonzada.
—No voy a presentarle a nadie.
Las palabras de Ana quedaron silenciadas por esa rotunda negativa. Gabriel ni siquiera se molestó en ser diplomático, su rechazo fue tajante. Incluso Carlos se sorprendió ante tal determinación. No insistió más y observó mientras Ana y Gabriel se marchaban uno tras otro. Después, el anciano tuvo la sensación de que algo no cuadraba, pero