Ana se cambió de ropa y se apresuró hacia la comisaría. Antes de cruzar la entrada, ya podía oír los gritos que venían del interior.
—¡Devuélveme a mi hija! ¡Tú la convenciste de huir con ese hombre! ¿Qué te he hecho yo? ¿Por qué le hiciste esto a mi hija? —seguido de un llanto desgarrador.
Isabella, mareada por las sacudidas, tenía una expresión extremadamente desagradable.
—¿Y yo qué tengo que ver? —protestó Isabella con indignación—. Ella me pidió consejo y yo solo le di sugerencias razonables. ¿Quién iba a saber que tu hija sería tan tonta?
Viendo que la situación estaba por tornarse violenta, los policías de guardia se apresuraron a separarlas. Apenas se llevaron a Isabella a la sala de interrogatorios, Ana entró al edificio.
Después de identificarse, una oficial le explicó la situación concisamente:
—Verá, señorita Vargas, recibimos la denuncia de esta señora. Su hija desapareció hace tres días y no han podido contactarla.
—Investigamos todas sus redes sociales y descubrimos que