Pero este hombre era Gabriel...
Ana miró fijamente sus ojos, y él no esquivó la mirada, sin mostrar rastro alguno de mentira.
La última pizca de inquietud que quedaba en el corazón de Ana se disipó al instante.
Gabriel se incorporó y abrió caballerosamente la puerta del coche.
—Señorita Vargas, hace frío afuera, ¿hablamos dentro del coche?
El asiento trasero era espacioso. Gabriel se sentó frente a ella, con sus largas piernas flexionadas y una delgada laptop sobre sus rodillas.
Se frotó el puente de la nariz y volvió a ponerse las gafas.
El tenue resplandor azul de la pantalla hacía difícil ver sus ojos.
Por un momento, en el interior del coche solo se escuchaban sus respiraciones y el sonido de Gabriel tecleando.
La mirada de Ana inconscientemente se posó sobre él.
En su mente surgieron todo tipo de pensamientos extraños, incluso aquellos momentos vergonzosos que siempre había querido olvidar.
Al darse cuenta, apartó rápidamente la vista, sofocando por completo cualquier pensamiento