Al ver el nombre en la pantalla, los ojos de Mateo destellaron y se incorporó.
— Si logras comunicarte con ella, tío, avísame. Hay cosas que no se solucionan escapando.
Fernando, el segundo de los Torres, estaba en el hospital después de una paliza, y su familia no dejaría las cosas de esa forma. Este era el verdadero motivo por el que Mateo buscaba a Ana. Si ella se disculpaba, él podría ayudarla a resolver la situación.
Cuando el sonido de la puerta principal marcó su partida, Ana de inmediato emergió de la habitación. El semblante de Gabriel permanecía impasible.
— ¿Oíste la conversación?
— Perdón, no era mi intención escuchar.
Ana lo miró con franqueza y agregó:
— Cuando Mateo pregunte por mí, señor Urquiza, solo dígale que no me conoce bien.
Gabriel entrecerró los ojos, evidentemente disgustado.
— No suelo mentir —respondió con voz grave, sin dejar entrever emoción alguna.
Ana se quedó al instante sin palabras.
Gabriel no tenía intención de revelar todo de golpe; prefería mejor ir