Ana se quedó momentáneamente paralizada.
Tras un instante, sonrió fingiendo calma:
—Considero al señor Urquiza un amigo, ¿no es normal preocuparse por un amigo?
Su rostro no mostraba fisuras, pero las palmas de sus manos sudaban de nerviosismo.
La presencia de Gabriel resultaba demasiado intimidante.
Especialmente ahora que estaban en el espacio reducido del automóvil.
Ana bajó rápidamente la ventanilla. La brisa nocturna entró, permitiéndole respirar mejor.
—¿Es así?
Escuchó la pregunta de Gabriel.
No podía distinguir la emoción en su tono, ni se atrevía a mirarle directamente a los ojos.
Se esforzó por no pensar en cosas confusas.
Asintió.
—Sí.
Al final, temiendo que su actitud resultara demasiado brusca y creara incomodidad, Ana decidió imitar el estilo de Gabriel y preguntó:
—¿Acaso el señor Urquiza no me considera su amiga?
Gabriel percibió perfectamente su intento de evasión.
Dejando de lado sus intenciones de provocarla, finalmente apartó la mirada.
—Por ahora somos amigos —dijo