Ares
Nora ni siquiera me escuchó. Salió precipitadamente del consultorio, y atravesó el pasillo como un rayo, antes de que lograse decir nada más.
Corrí tras ella, a través de la recepción, esperando alcanzarla antes de que saliese fuera de la clínica. Estaba ciega de dolor y aturdida por la noticia. Me preocupaba realmente lo que pudiese llegar a hacer.
—Señor D’ Amico —me llamó la recepcionista al verme, ofreciéndome una sonrisa encantadora —. Necesito sus datos para cargarlos al sistema, el doctor Gotzer, me dijo que lo cargaremos a su cuenta —. Le alcé una mano a modo de disculpa.
—En un momento haré lo que me pida, pero ahora, solo deme un minuto —. Ella asintió y volvió al ordenador, azotando su cabello sobre el hombro, un tanto ofendida.
La puerta de cristal se abrió y bajé los peldaños de dos en dos.
—Nora, ¿A dónde vas? —La tomé por el brazo, antes que bajase a la acera y la atraje pegándola a mi pecho.
—Solo necesitaba un poco de aire —me lanzó una mirada recelosa y