Tras la humillación pública, Carolina se convirtió en la burla de la alta sociedad.
En una de mis raras visitas a un club exclusivo del centro, me encontré con ella. Llevaba un ostentoso traje de Chanel y el pelo cargado de joyas. La mujer salvaje e indomable de hacía unos meses había desaparecido, reemplazada por alguien que intentaba proyectar a la desesperada un aura de nobleza.
Sonrió con superioridad.
—¿Ya ves, Elena? Al final gané yo. Leonardo se casó conmigo. Soy su esposa. Siempre me menospreciaste, ¿verdad? Porque no era una aristócrata de clase. Pues a ver, ¿quién en esta ciudad se atrevería a decir que no soy digna de Leonardo? Sé que todas murmuran a mis espaldas, que me llaman descarada por haberme casado deprisa y corriendo. ¿Y qué? Yo estoy por encima de todas. Ustedes no son nada a mi lado.
La observé en su patético espectáculo; su necesidad de aprobación era enfermiza.
—¿De verdad crees que esto es ganar?
Mis palabras parecieron tocar una fibra sensible.
—¿A qué te ref