Adriano sintió que el corazón se le partía en dos. Bruno era un buen amigo, quizás el único verdadero que había tenido en la vida, y ahora estaba muerto por protegerlo del desastre ocasionado por Vico.
Quiso salir de su escondite para ir por Bruno, pero en cuanto hizo un movimiento fuerte se arqueó de dolor.
— ¡Ah!
Y escuchó de nuevo a los endiablados canes que seguían ladrando en las cercanías.
— ¡Maldito Vico! Me la haz de pagar algún día, ¡La muerte de Bruno no quedará impune! ¡Juro que me las pagarás!
Adriano esperó a que fuera seguro salir de su escondite bajo el puente, y luego con mucho esfuerzo caminó internándose en el bosque a orillas de la carretera que salía de la ciudad.
Perdió la noción del tiempo, solo supo que al abrir los ojos estaba en aquel campo de