Capítulo XCII

Después del dolor, viene el inherente odio.

Hemos contemplados sus cuerpos resguardados tras el frío, congelándose, conservándose para el momento adecuado y así soltarlos de tan deplorable estado. Algunos cuervos han bailoteado sobre ellos, pero les he impedido el que se los coman con el viento de mi parte.

Me sumergí en la depresión al alejarme de mi grupo para sentarme al lado de una roca que podría ser de mi altura si estuviese acostada. Me abracé a mis rodillas y puse mi mentón en lo alto de ellas. Procesé las dos pérdidas más que he presenciado, por las que me ha tocado pasar y que suelen carcomerme como ahora. Puedo cavilar que pude haberlos salvado, a todos, pero el destino ya les había deparado esos finales y yo, pues, no hubiese podido intervenir, aunque lo desease con toda la fuerza del mundo. Era darme a conocer para que intentarán tener

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