Capítulo LXXXII

Me limpio el sudor que surca de mi frente, ya muy fatigada, con un leve dolor en mi costado, donde ha quedado un moretón un poco más pequeño que el anterior. Le alzo el pulgar a los novatos, tanto a los viejos, por su buen entrenamiento. Han de ser las cinco de la tarde y ya todos tienen que cambiar de turno. A eso de las seis, viene otro grupo, pero no entrenados por mí, si no por mi padre, alias el amargado.

Yo tendré que ir a hacer un relevo en las cercanías del gran samán. Y, de hecho, mantenerme allí hasta las nueve de la noche. Luego vendrá alguien más y yo podré irme a la cabaña o tal vez a mi catre que tengo aquí. Sin embargo, deseo estar más tiempo con papá.

Saco de mi casiller una nueva gabardina. Esta es blanca manchada de grises, cafés y algo parecido al negro, mezclado con verde. Específicas para el invierno. Pues ya el bosque está

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