Capítulo LXVI

Vuelvo a alzar la nariz para atrapar algún olorcillo que sobre. No, nada. Tenso los dientes. Cuando me adentré en las sombras, el ruido del motor arrancándose no me dio mucho qué pensar, solo me quedé en blanco y cuando se alejó, pensamientos me atajaron con agresividad. Ya tenía argumentos sobre mi mellizo y el corazón se me alivió luego de mucho. Aún sigue ansioso, pero ¿qué más da? Cualquiera estaría igual.

—¿Nada?

Pego un brinco y ya mi mano está envuelta en el mango de la espada.

—Briz, para la próxima, dime primero tu nombre, por favor —mascullo.

Pone su mano a lo alto de su cabeza avergonzada.

—Lo lamento y… —Deja caer su interés a sus botas—. Lamento lo de esa señora. Ya se nos informó que tuviste una pequeña discusión, así que el general d

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