CAPÍTULO 32

No tengo que preguntar qué quiere decir. Señalo la puerta abierta a la derecha. Entra en mi habitación y casi me tira sobre la cama. Se rasga la ropa para quitársela, su polla ya está afuera y el líquido preseminal brilla en la punta. Camina hacia la cama con pasos enojados. Cualquier otro hombre podría estar intentando hacerme el amor ahora mismo, intentando demostrar que siente todas esas tiernas emociones de las que acaba de hablar. Pero no la ley. Quiere demostrarme, recordarme, que le pertenezco. Sus siguientes palabras sólo validan mis pensamientos.

—Eres mía—, dice mientras se arrastra sobre la cama, entre mis piernas.

—Nunca—, siseo.

Él está en mi abertura, sosteniendo mis muslos tan abiertos que me duelen los músculos.

—Este.— Él choca contra mí. —Es mío. Nadie más puede hacerte lo que yo puedo hacer—. De nuevo. —Nadie más te moja tanto que le cubra la polla—. De nuevo. —Nadie más te hace gemir como yo—.

Y me quejo. Gimo su nombre. Gimo para que no se detenga. Gimo, suplicand
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