Suri estaba en su habitación, sumida en sus pensamientos; aún no se recuperaba del anuncio de la beta desde anteayer. Se preguntaba constantemente: ¿Está bien Ava? ¿Sobrevivió al shock? Si está viva, ¿no debería haber salido ya? Su corazón solo podía temer lo peor.
Oía los suaves ronquidos de su segunda hija, Jannie, durmiendo en la cama detrás de ella. Amaba mucho a Meeka, pero a veces deseaba que la muchacha fuera más como su hermana: tranquila y pacífica, pero todo era solo una ilusión. Meeka llevaba el espíritu de su padre, uno de los más fuertes talladores de armas y madera que pereció con su antigua manada.
Volvió a concentrarse en el vestido que remendaba en sus brazos y, de repente, vio a Meeka aparecer frente a ella. Casi dio un respingo al verla; no sabía cuánto tiempo llevaba su hija allí parada.
—¡Ay, diosa! ¡Meeka, me asustaste!
"Lo siento, mami", dijo Meeka con un puchero. Y entonces, Suri notó la tristeza en el rostro de su hija.
“¿Qué pasa querida?”
“Mami, mi muñeca de