XXIV

Ya importaba menos qué tanto se atreviera defenderse, su familia nunca iba a cambiar si se trataba de dinero y de poder. Bueno, aunque no era exactamente su familia sino la gente, la gente que no tenía vida, la gente que envidiaba, la gente que se sentía mejor viendo la vida de los demás que la propia.

Su misma familia, las personas que se supone más deben de apoyarnos eran las mismas que nunca aceptaron la felicidad de su nieto cuando se quiso casar con Eliza, y ahora lo forzaba la misma sociedad que tuviera un hijo con una persona a la que no iba a conocer y su abuela, ella no hacía nada para hacerlo sentir seguro.

Stefan, el gran Stefan de la Barrera también necesitaba un poco de apoyo. Era adulto, el CEO más temido quizá, pero no dejaba de ser humano. Y Eliza, a la única mujer que él más quiso, ya no estaba.

De vuelta a la habitación de hospital, a la mente de María Fernanda llegó él, el único hombre que le dio felicidad por el momento que duró.

Un recuerdo vino a ella.

—¿Me amas
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