El reloj marcaba el mediodía cuando Alejandro Altamirano, siempre encantador y persuasivo, apareció en la oficina de Isabela con una sonrisa que iluminaba su rostro. Ella, aunque algo sorprendida, no pudo evitar devolverle una sonrisa cordial, agradecida por la amabilidad que él siempre le mostraba.
—¿Tienes algo planeado para el almuerzo? —preguntó Alejandro, cruzándose de brazos mientras apoyaba su hombro en el marco de la puerta.
—No, en realidad no —respondió Isabela, apartando la mirada de los documentos que tenía sobre su escritorio.
—Perfecto, entonces estás invitada. Hay un restaurante que quiero mostrarte. La comida es increíble, y tengo una propuesta que me gustaría discutir contigo —añadió Alejandro, sin dejar de mirarla con su característico interés.
Isabela dudó por un momento. Sabía que aceptar podría generar comentarios, especialmente en un entorno tan competitivo como el de la empresa, pero al final decidió que no había nada de malo en un simple almuerzo de negocio