Capítulo noventa y seis. Tan cerca y tan lejos — — — — Narra Amy Carlson — — — — A veces me despierto en medio de la noche sin saber por qué. Ni un ruido, ni una pesadilla. Solo el presentimiento de que algo no está bien. Esta madrugada fue una de esas. Abrí los ojos en la penumbra, sintiendo los brazos de Brad rodeándome como un escudo invisible. El ritmo lento de su respiración me decía que dormía profundamente. Pero yo no pude volver a cerrar los ojos. Mis manos fueron a mi vientre por instinto. Tres pequeños corazones latiendo dentro del mío. Tres vidas que no pedí, pero que ya amo con una fuerza aterradora. Me levanté con cuidado para no despertarlo. Bajé a la cocina en busca de agua. Al pasar por el salón, algo me llamó la atención. No fue un ruido. Fue… una sensación. Como si alguien hubiera estado allí, hacía apenas unos minutos. La cortina del ventanal se movía, aunque no había ventanas abiertas. El portón estaba cerrado, las alarmas activadas. Pero mi piel se erizó ig
Capítulo noventa y siete. La clínica es el hilo conductor. — — — — Narra Brad Lancaster — — — — Milicent ya se ha ido, y Amy duerme en la cama, con una mano sobre su vientre y la otra extendida hacia mi lado, como si incluso en sueños necesitara saber que sigo aquí. Acaricio suavemente sus dedos. Me quedo un rato sentado, observándola respirar con calma. Nuestra casa, por fin, parece tranquila… pero solo por fuera. Por dentro, cada rincón me recuerda que estamos caminando sobre cristales rotos. Apago la lámpara con cuidado y me deslizo al lado de Amy, pero el sueño no me quiere. Lo que Milicent me ha dicho me persigue como una sombra. “No reconozco a esa mujer. No es Antonella, no es mi madre.” Esa certeza me tambalea. Porque si no es su madre, ¿entonces quién? ¿Y por qué tenía esa foto, justo entre documentos antiguos, doblada con tanto cuidado? No puedo dormir. Y como ya es costumbre, opto por lo que más me ayuda a pensar: el café. Bajo en silencio, envuelvo mis pasos en la os
Capítulo noventa y ocho. Cajas cerradas— — — — Narra Brad Lancaster — — — —La cita con Milicent es en su departamento. Amy insiste en acompañarme, aunque su embarazo está más delicado de lo que cualquiera quisiera admitir. Pero no hay forma de convencerla de quedarse en casa. Solo acepta con la condición de que lleve a uno de los médicos en el vehículo, por si acaso. No me gusta verla tan frágil, tan agotada... pero tampoco puedo negarle nada.Cuando llegamos, Milicent ya nos espera en la puerta. Está vestida de manera sencilla, sin maquillaje, el cabello recogido en una coleta que deja ver aún más esa expresión de cansancio que ya se ha vuelto parte de ella. Nos abraza a ambos, con fuerza. Como si supiera que lo que va a mostrarnos puede cambiarnos todo.—Pasen —nos dice con voz baja.Entramos.El lugar está impoluto. Milicent nunca fue descuidada, pero hoy todo brilla con una pulcritud que parece artificial, como si hubiese estado limpiando para no pensar.Sobre la mesa del comedo
Capítulo noventa y nueve. El peso del silencio— — — — Narra Amy Carlson — — — —El clima afuera no ha mejorado desde que despertamos. La lluvia fina golpea contra las ventanas como si intentara borrar los miedos que se han instalado en nuestra casa. Pero no lo logra. Brad está inquieto. Yo también. Es como si cada paso que damos para acercarnos a la verdad sobre ese hermano oculto, sobre ese enemigo invisible, nos alejara de la calma.Estoy sentada en la cama, rodeada de almohadas, con una mano sobre mi vientre. Trillizos. Aún me cuesta creerlo. A veces me invade un miedo irracional, como si el mundo conspirara para impedir que lleguen. Pero otras veces, como ahora, cuando siento uno de esos movimientos internos, una patadita apenas perceptible, sé que tengo que ser fuerte. Por ellos.Brad entra en la habitación con el rostro cargado de preocupación. Se sienta a mi lado y me acaricia el pelo en silencio. No necesito que hable. Conozco ese gesto: hay algo que quiere decirme pero no sa
Capítulo cien: El último recurso. — — — — Narra Brad Lancaster — — — — He recorrido todos los caminos posibles. Interrogado a cada persona que tuvo contacto con Antonella, con Milicent, incluso con médicos y enfermeros que estuvieron presentes el día del parto. He revisado archivos, registros, nombres borroneados, documentos que parecen escritos a propósito para confundir. Y siempre termino en el mismo lugar: en ninguna parte. Llevo días sin dormir bien. Amy trata de tranquilizarme, pero sus propios malestares del embarazo la agotan. No quiero cargarla con mis obsesiones, pero tampoco puedo fingir que todo está bien. No cuando sé que en algún lugar hay un hombre que comparte mi sangre. Un hombre que creció en la sombra, separado de su hermana y de su madre al nacer, y que quizás ha vuelto para destruirnos a todos. Y si hay alguien capaz de una atrocidad así, de arrancar a un bebé del pecho de su madre y convertirlo en un secreto sucio… ese es Arthur Armandi. Mi padre. El mismo
Capítulo ciento uno. El eco de las cadenas— — — — Narra Brad Lancaster — — — —El portón metálico se cerró a mi espalda con un sonido que aún retumba en mis oídos. No era la primera vez que entraba a una prisión, pero sí era la primera vez que salía sintiéndome más sucio que cuando entré.Arthur no me dio respuestas. Me dio veneno. Me dio rabia. Me dio motivos para no dormir esta noche.El aire del pasillo me pareció más denso cuando lo recorrí solo, sintiendo el eco de mis propios pasos mezclarse con los gritos lejanos de los reclusos. En mi pecho, un torbellino de emociones se debatía entre la impotencia, la ira y la necesidad desesperada de proteger lo que tengo ahora: a Amy, a nuestros hijos, a la familia que estamos construyendo, incluso a Milicent, que es otra víctima más de su perversión.Porque eso es Arthur Armandi: un arquitecto de mentiras. Un hombre capaz de enterrar a sus propios hijos para no ensuciar su legado.Ya en el auto, me quedé varios minutos con el motor apagad
Capítulo ciento dos. Carga Heredada— — — — Narra Brad Lancaster — — — —No recuerdo en qué momento exacto dejé de oír el ruido de la puerta blindada cerrándose tras de mí. Solo sé que cuando salí de esa maldita prisión, sentía que arrastraba cadenas invisibles atadas a mis tobillos. La conversación con Arthur me había dejado exhausto. Y lo peor es que no conseguí respuestas claras. Solo más sospechas. Más rabia. Más preguntas.El viento frío me azotó la cara cuando salí al estacionamiento, como si el universo me escupiera por haber cruzado la línea y buscado ayuda en ese monstruo. Me apoyé contra el auto, apretando el volante con una mano, la otra aún temblando. No por miedo. Por furia contenida.“Un hijo solo sirve si se le puede usar”. Las palabras de Arthur aún retumbaban en mi cabeza.No hablaba de mí. O quizás sí. Tal vez de ambos.Conduje de vuelta a casa sin poner música. Sin hablar. Sin pensar en otra cosa más que en el rostro cínico de mi padre. Y en esa foto que había desli
Capítulo uno. Novia a la fuga.— — — — Narra Amy — — — — Ese día yo sentía a medida que avanzaban los minutos y las horas, que se acercaba mi final. Podía sentir en lo más profundo de mi que ya no podía seguir dando tiempo a un tiempo que se agotaba cada vez más. Mi padre, ese maldito sin corazón pretendía que me casara con un desconocido y anciano repugnante. Solo de ver la forma en que me miraba, como sus ojos aprecian desvestir mi cuerpo dentro de su mugrosa mente me daba nauseas. Siempre que venía a la casa me dejaban a solas con él. A solas para que deslizara su dedo índice con aquella uña larga repugnante por mi espalda desnuda. Cabe decir que papá me obligaba a vestir con la ropa que él pedía. Arthur Aramendi me hablaba tan cerca que podía oler su aliento de cognac y puros cubanos. Nunca podré olvidar eso. Y ahí estaba ese día gris y lluvioso, vestida de novia con él a mi lado esperando un sí quiero que no quería en absoluto y un alcalde aguardando mi decisión para converti