Capítulo ciento treinta y tres. Entre pasteles y promesas.

— — — — Narra Amy Carlson — — — —

—¿Quieres probar el pastel ahora o después de que me leas otro capítulo? —me preguntó Brad, con su sonrisa de chico bueno arrugada por las ojeras.

Miré el postre de chocolate con algo de ternura.

Después de todo lo que había pasado… ¿cómo podía tener hambre?

—Ahora —le dije, acomodándome contra las almohadas—. Pero solo si me das la parte con más glaseado.

Brad abrió el envase con exagerada ceremonia y dijo:

—Su Majestad tendrá la mejor esquina. ¿Desea cuchara o tenedor?

—Cuchara. Lo dulce se saborea mejor cuando una se lo roba de a poquitos.

Me alcanzó el primer bocado con una cucharita de plástico. Lo probé. Y sonreí.

—Está perfecto. No se lo digas al chef, pero lo preferí sin pasas.

—Tu deseo es orden. Lo juro. Ni una pasa en nuestra casa jamás. Las exiliaremos por decreto.

—Eres un tonto.

—Pero un tonto que te ama.

Sus ojos. Dios, sus ojos. Eran mi lugar seguro. Cuando me miraba así, sentí