Capítulo ciento treinta. Tres tazas, por favor
— — — — Narra Amy Carlson — — — —
La cocina olía a pan recién tostado. A chocolate derretido. A hogar.
Me senté en la banqueta frente a la isla, mientras Brad preparaba las tazas con la concentración de un científico loco. Medía con exactitud la cantidad de malvaviscos, giraba la cuchara en el sentido contrario al reloj, y soplaba apenas antes de servirme.
—Estás exagerando —dije, divertida.
—Estoy perfeccionando —respondió él—. Tus antojos tienen estándares muy altos últimamente.
—Es que mis críticos son exigentes —puse una mano sobre mi vientre—. Uno quiere más mantequilla, otro menos canela, y la señorita… bueno, ella es fanática de lo salado.
—Tendremos que tener un menú rotativo, entonces.
—Sí, pero sin cebolla. Eso quedó prohibido desde la semana pasada.
Nos reímos. Era un tipo de risa que venía con alivio. La que llega cuando, por un instante, el mundo deja de amenazar.
Brad se sentó junto a mí. Puso mi taza frente a mí con una rev